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viernes, 1 de agosto de 2014

ARTÍCULOS DE LA PSIQUIATRA MERCEDES NASARRE SOBRE PSIQUIATRÍA Y ESPIRITUALIDAD.


UN   MONJE   SE   CONFIESA

                                                                                                                                                         
     “Un monje se confiesa” es el tercer libro de una trilogía que intenta la unión entre el saber psicológico y el saber espiritual. (“Un psiquiatra se pone a rezar” y “Yo también estaré contigo cuando llores” son los dos anteriores). Es una novela psicológica que no se debe leer de un tirón. Hay que gustar el texto, dejarlo entrar no solo en la cabeza (hay mucho diálogo para exponer argumentos filosóficos), sino en el corazón.

    Confesar es atreverse a revelar algo de la profundidad del propio ser que está velado y apenas se percibe desde una visión superficial.

    Cuatro personas acuden a un monasterio benedictino durante unos días para compartir el silencio y la vida monacal. Verónica y Enrique son periodistas. Ella busca superar el trauma de una relación frustrada con su hija, él solo siente curiosidad desde su escepticismo. Carlos Lisieux,  ya conocido en las anteriores novelas, es un psiquiatra que esta vez acompaña a un enfermero psiquiátrico que a su vez es paciente, Raúl, gran conocedor de la meditación. Cuando llegan las cuatro personas el único que se opone a recibirlas por temor a que puedan perturbar su vida, es el hermano Jorge. En realidad su propia vida no estaba en paz. Junto a él, en la comunidad, sobresale el Hermano Albert, conocido en las novelas anteriores y que, sorprendentemente, hace también una confesión .

    El hermano Jorge decide vencer su rechazo a Verónica y ayudarla en su angustia con una pedagogía interior. Pero es Verónica, paradójicamente, la que termina siendo una ayuda para él, al activar su capacidad de amar en una situación límite para ambos. “Gracias a estos días que hemos compartido sé que la meta de un monje no es la perfección sino amar”. Ser vulnerable al amor de una mujer hace a Jorge volver a ser vulnerable al amor de Dios. Un monje perfeccionista y que quisiera tener todo controlado aprende que el amor ni se gana ni se merece. “Simplemente me rendí y me dejé amar”, dirá. Será posible la transformación de ambos al abrir las puertas al amor allá dónde las posibilidades humanas se habían agotado. En la bajada a la profundidad de uno mismo hay mucho dolor. “La maduración humana es un camino de experiencias sobre uno mismo. Esto no está exento de bajar a los infiernos, la fuerza transformadora no está en la superficie”.

    La mística de los ojos cerrados, necesaria para superar la superficialidad y el activismo, capacita y deja paso a la mística de los ojos abiertos… o no será verdadera mística. “No es casualidad que tanto en Oriente como en Occidente, los maestros espirituales hablen de humildad. Sin ella el místico tendería a identificarse con Dios y no hallaría distancia entre su yo y Dios en él“. Esta tensión es precisamente la condición humana. “La humildad protege contra el narcisismo y nos acerca al verdadero amor”.

    Los ojos sanados de la ceguera no solo miran sino ven. La mística de los ojos abiertos nos hace capaces de “en todo amar y servir”. “Todo” es la realidad en su totalidad, no solo aquella que controlamos o que nos parece exitosa. En toda ella somos abrazados por Dios. El Hijo se hizo carne débil y habitó entre nosotros…


                                                       Mercedes Nasarre Ramón. Psiquiatra.


S E M A N A    S A N T A    HOY


 De una religión infantil basada en imágenes e ideas para conseguir un determinado comportamiento (“si crees esto te salvarás”), pasando incluso por una religión fanática que no da lugar al pensamiento propio, podemos pasar a una religión adulta que logra transmitir La Paz al corazón precisamente en la vida que uno tiene, en lo que hay.
       
       En la religión tradicional la secuencia es: creer, puesto que se parte de la fe, después comprender, aplicando la lectura de la Escritura a la propia vida y luego practicar.

       Y si no hay fe ¿qué hacemos? Hay muchas personas necesitadas de desarrollar la espiritualidad que no están en el mundo de la fe, eso es obvio. La propuesta sería entonces: practicar (práctica del silencio y el recogimiento), experimentar (vivir las verdades íntimas), y creer (al sosegar  la mente y la voluntad, es posible que “la fuente” pueda obrar). La “Fuente” existe en todas y cada una de las personas y puede ser alcanzada. Todos estamos llamados a vivir la vida de Dios (el AMOR que está en todo y es todo) en nuestra vida.

       Las experiencias de la fuente (camino contemplativo) son inefables y luminosas y dan paz y certeza. Abren el corazón y entonces, el sentimiento de Amor purifica todos los niveles de la persona. No olvidemos que las potencias humanas en una persona sana mentalmente son: Sentimiento – Entendimiento- Voluntad. La Unidad es la clave.

       La Semana Santa significa que cada uno tiene que andar el camino de Jesús hasta el final. Debe morir y no solo la muerte física que conocemos. Todos son símbolos del camino del ser humano hacia el Amor y la Unidad. El camino de la contemplación es el camino que pasa por el sufrimiento y la muerte hacia la experiencia de Dios.

       La vida es sufrimiento y aceptando el dolor de vivir se crece psicológicamente. Sabemos que en la enfermedad psíquica no hay crecimiento. Aceptar lo que nos acontece y abrirnos a un nivel mayor de realidad es el cometido. O lo que es lo mismo: buscar soluciones y avanzar.

       El dolor de la vida siempre es un dolor de separación, de desprendimiento. Duele desprenderse de la infancia donde otros te cuidan, duele decir adiós a la vitalidad y la potencia de la juventud, duele dejar la dependencia, la omnipotencia, la imagen distorsionada de nuestros padres, la fantasía de que no hay responsabilidades o de que me libero de ellas fácilmente. Duele abandonar el propio poder personal, duelen los fracasos, duele no tener autoridad sobre los hijos cuando crecen, duelen los errores propios, duelen las heridas, duele la vida misma…

       Quien sea capaz de desapegarse podrá llegar a la plenitud, paradójicamente. Este es el dolor de un nuevo nacimiento. La muerte y el renacimiento son las dos caras de la moneda. La resurrección es un cambio de forma, porque morir es cambiar a una nueva manera de ser. Pero a todos nos da miedo abandonar lo conocido.

       Podríamos decir que cada individuo es la expresión única de Dios. No vivimos separados de esta realidad aunque desconozcamos este nivel último, pero hay que saber que el sendero espiritual no es un refugio para personas que creen que en él pueden escapar del dolor. Jesucristo es el arquetipo de hombre y Dios, unidad que nos es inherente a los seres humanos. Él no tuvo éxito en su tiempo y cuando murió sufrió el abandono de casi todos. Sin embargo, no hay ninguna vida  que haya afectado tanto y que haya dado tanto fruto a nivel espiritual, por eso muchas personas a lo largo de los siglos se han visto atraídas por Él.

       Ojalá que  todos hayamos muerto a muchas cosas antes de morir, eso significará que hemos dado la vida y que en  esa donación hemos descubierto que no éramos los buscadores sino los buscados.  


                        Mercedes Nasarre. Psiquiatra 

      
           






¿QUÉ OPINO DE LA MUERTE?



¿La vida es una actividad del carbono en una mezcla de moléculas? ¿Vivimos un tiempo , como un espejismo, y luego desaparecemos en el polvo?



Cada individuo vive su realidad en función de la información que tiene porque, además, las creencias que le han enseñado o implantado, han generado la realidad en la que vive.



Si tú crees que después de la muerte te pudrirás bajo tierra, esa es tu realidad. Pero si crees que la conciencia es infinita y que estás aquí de paso, vivirás de otra forma.



Si crees que una piedra es algo inerte y sólido, no vislumbrarás que la materia se compone de vacío y que, en realidad, es un sinfín de partículas girando alrededor unas de otras a billones de vueltas por segundo.


Cuando las ideas alcanzan la aceptación de una masa crítica de personas toman el carácter de “realidad”. Por ejemplo, hubo un tiempo en que la gente creía que la tierra era plana. A pesar de que los griegos decían que la tierra era redonda, hasta la edad media este pensamiento no alcanzó un consenso suficiente para hacerse “realidad”.

Actualmente, las posibilidades de abrirse a nuevas formas de pensar la realidad son tan múltiples y cambiantes que querámoslo, o no, ya sabemos que toda interpretación de la realidad es sólo un punto de vista.

Puesto que es nuestra conciencia la que da sentido al mundo, hasta tal punto que nuestra vida es lo que creemos, es muy importante observar nuestras creencias y cuestionarlas. Aún a costa de atravesar nuestros miedos, nuestras dudas y nuestros apegos a maneras infantiles de funcionar.

¿Qué opino de la muerte?

Los creyentes creen que Dios es una realidad de Amor y que hay un más allá. Los ateos creen en la materia y que todo se acaba al morir.

¿Y si comprendiéramos que los opuestos son uno y que las posiciones discordantes se reconcilian cuando se ven como los dos extremos del mismo proceso? ¿Qué nueva forma de ver el mundo surgiría? Por ejemplo: ¿nos daríamos cuenta de que el tiempo y el espacio son, sólo, las herramientas de nuestra mente humana?

Está claro que la vida y la muerte forman parte del mismo proceso. Un proceso de cambio y movimiento que sólo podemos captar a través de la representación temporal del mundo. La muerte es el fin de la historia de una persona porque se produce una ruptura en la continuidad de espacio y tiempo. Pero, a la vez, la muerte es el inicio de una vida en el más allá, puesto que lo material y lo inmaterial están siempre correlacionados.

La mayoría de los científicos no se pronunciarían sobre “la otra vida”, aunque sean creyentes, porque, de momento, no puede probarse nada. Así debe ser, puesto que todo, hoy día, debe ser explicado a la luz de la ciencia y de la razón. Sin embargo, todos aceptan ya que lo que percibimos como realidad exige la participación de la conciencia. Conclusión: No vemos el mundo tal como es, lo vemos tal como somos. Es el cerebro el que organiza y construye la realidad. Si tuviéramos otro cerebro veríamos otra realidad.

Creo que pasamos por aquí una vez, porque todos somos individuos únicos y cada cual va a vivir su propia vida y su propia muerte. Vivir es la gran oportunidad y, al morir, se cierra nuestra propia historia, que sólo puede escribirse desde un cuerpo físico que desaparecerá en un momento dado. No así la vida, de la que formamos parte, que seguirá existiendo y guardará memoria de cada uno de nosotros. Esa es mi creencia.

Hasta el último instante de nuestra vida podemos reescribir nuestra historia, no importa la edad ni la situación, no importan los fracasos ni los errores. Todo puede mirarse con ternura y misericordia. La vida es un itinerario hacia la Unidad. De nosotros depende.

Mercedes Nasarre Ramón.










El     G O C E     F E M E N I N O



         La idea de querer ser el amante perfecto, la idea de aprender técnicas que lleven a la mujer al orgasmo, la idea de que todo depende de la experiencia del varón…  Se olvida lo esencial: es necesario cambiar la actitud del hombre hacia la mujer y hacia el sexo.

         Todavía sorprende la ignorancia de muchos hombres que se consideran expertos porque han estado con muchas mujeres y que desconocen como goza realmente una mujer.  Pero aún sorprende más que muchas mujeres no conozcan en profundidad su cuerpo o no hablen sinceramente de su propia sexualidad.  La feminidad viene de lo profundo de la persona y si esta feminidad no la atiende la propia mujer, el impulso sexual decae.  La capacidad sexual es algo innato que forma parte del propio cuerpo.  Si no se dan las condiciones para estimular este reflejo no hay respuesta sexual.

         Una mujer que no sepa experimentar el gozo de vivir, que no sepa atender a sus necesidades personales y que no sepa escucharse a sí misma, difícilmente tendrá capacidad para el placer sexual.  Sólo ella sabe lo que necesita y si no lo comunica no es posible el entendimiento.

         La potencia sexual femenina es formidable y para expresarla es necesario que la mujer conduzca sutilmente el encuentro.  Es en el conocimiento y el respeto al propio ritmo y a la propia feminidad que se abre el placer de la sexualidad. 

         El verdadero preludio es crear una relación íntima, física y psíquica para que se produzca el contacto.  En la heterosexualidad, ella toma conciencia de lo masculino de él y eso la activa.  Y con la activación de ella se despierta en él toda la virilidad.  Pero él respeta el tiempo de ella y estando atento a lo que ella demanda se da el verdadero encuentro y el verdadero goce.

         Si no existe este contacto, las relaciones se mantienen en la superficie y se convierten en el arte de mentirse el uno al otro.

         ¿Qué esperan las mujeres para decir con total sencillez lo que quieren?  ¿Por qué no ser las iniciadoras del cambio?




                                                                   Mercedes Nasarre Ramón.



                                                                                






A P U N T E S
  P A R A     U N A      E D U C A C I O N     S E X U A L


   

         Está claro que los adolescentes practican sexo pero ¿qué pensamos realmente sobre este asunto? ¿Es posible reflexionar sin prejuicios?

         Es necesario tener en cuenta que la sexualidad es algo presente desde el nacimiento, con lo cual, desde la infancia se puede educar la sexualidad y la afectividad, adaptándose al desarrollo psicológico de cada época y en el lenguaje adecuado para la edad del niño.

         Hay mucha información y cualquiera, a cualquier edad, puede tener acceso a internet, libros, tv, redes sociales… Por lo tanto, obviar las conversaciones sobre sexo no evitará que se aprendan o mal aprendan muchas ideas sobre el tema, a menudo, equivocadas.  Pero cuando nunca se ha hablado de sexualidad en casa, hacerlo repentinamente cuando empieza la pubertad, puede ser complicado.

         La educación sexual siempre está ligada a lo emocional y a lo afectivo, por lo que hablar sobre sexualidad es hablar de muchos sentimientos en juego.

         Independientemente de todo el imaginario  propio y de cualquier ideología, hay varias condiciones indispensables para el goce sexual que ni siquiera muchos adultos cumplen.

Son:

-          Conocimiento del propio cuerpo y del autoerotismo , es decir, experiencia de la sexualidad propia, más allá del engaño de la pornografía.

-          Seguridad.  No sólo a nivel físico (prevención de embarazos y enfermedades
de transmisión sexual), sino a nivel psicológico (emociones que se despiertan,
reacciones que se desbordan…)

-          Confianza entre las personas.  El goce femenino y el goce compartido requiere siempre confianza.

         -     Igualdad de rango.  Esto nos conduce a la verdadera ética sexual, que tiene que
               ver con el abuso (físico o mental) y la mentira (en todas sus facetas)

-          Libertad.  Lo cual significa una conducta alejada del alcohol y de las drogas.

         -     Conocimiento de la diferencia entre la sexualidad femenina y la masculina.
               Capacidad de comunicación entre los sexos.

-          Discernimiento entre la elección personal libre y el acoplamiento al patrón
cultural al uso.

         Ojalá le demos a la sexualidad la importancia que tiene y establezcamos una opinión pública sin mensajes contradictorios.  Generar un clima de confianza, naturalidad  y credibilidad es primordial.

         Las últimas encuestas a adolescentes europeos son alarmantes en cuanto a la falta de información saludable sobre el tema, paradójicamente en un tiempo de libertad sexual sin precedentes.

         La sexualidad es una forma de relación entre las personas que requiere madurez y aunque siempre hay excepciones, no creo que el adolescente tenga suficiente madurez mental para abordar la sexualidad en un sentido amplio. Lo digo porque la edad media del inicio de las relaciones sexuales que hace unos años se situaba alrededor de los 16 años, ha disminuido notablemente.  Dar rienda suelta a los impulsos, sin usar la inteligencia, no es nada apropiado.  El descontrol de impulsos es una patología cada vez más frecuente.  Reivindiquemos pues la madurez para la sexualidad y de la misma manera que educamos para comer bien, eduquemos para una sexualidad humana y satisfactoria.   



                                                                     Mercedes Nasarre Ramón.

            
                                                                               
   


D Í A S     D  E     P A S  C U A



         Estos días los cristianos celebran la Pascua de Resurrección.  ¿Qué puede significar realmente este concepto?  ¿Cómo podemos comprender este pensamiento que es la esencia del origen del cristianismo?

         Con demasiada frecuencia tendemos a invalidar lo que nosotros no hemos experimentado. Los prejuicios forman parte de nuestra vida habitual, por más abiertos o razonables que nos creamos.

         Las palabras que trascribo a continuación son del psiquiatra C. G. Jung:

         “La experiencia religiosa es absoluta.  No se presta a discusiones.  Lo único que se puede decir es que nunca se ha tenido tal experiencia; la otra persona dirá: “Lo siento pero ya sí la tuve”.  Y con esto terminará la discusión.  No importa lo que el mundo piense sobre la experiencia religiosa; quien la ha hecho posee el gran tesoro de algo que para él se convirtió en fuente de vida, sentido y belleza, dando un esplendor nuevo al mundo y a la humanidad”

         En mi práctica profesional observo que dichas experiencias espirituales facilitan una orientación en el desorden interior, reintegran partes separadas de la consciencia y abren a una potencia que está en el centro de la persona.  No es una comprensión          intelectual, es la emergencia de algo latente que puede manifestarse de muy diferentes maneras.  El denominador común es la apertura del corazón.  (Nombro la palabra corazón para expresar ese lugar todavía no objetivado, que es la sede del amor).

         Tenemos múltiples capas.  Existen necesidades físicas, emociones, intelectuales y espirituales.  Estas últimas no tienen otro objeto que trascender el ego.  En algunas personas no se han despertado las necesidades superiores, aunque es cierto que el entorno puede estimular o anular dichas necesidades.  Lo espiritual es un salto a una nueva consciencia.  Podríamos decir que “lo divino” está dentro de nosotros y las imágenes en las que se manifiesta pueden tener tanta fuerza que logran transformar una vida.

         Para entender la Pascua hay que vivirla.  Y vivirla es tener capacidad para el silencio y la contemplación.  Es ir más allá de la pereza y la indiferencia y no cerrar los ojos al dolor y a la oscuridad de la vida.

         La resurrección para los cristianos es la experiencia de Aquel que sigue vivo.  Es la vivencia, que no creencia, de que esta vida no lo es todo y que en nuestro ser más hondo, más allá de nuestro cuerpo y de nuestra historia, somos vida eterna que no muere, sólo se transforma.  Esta confianza no es un acto de ingenuidad, en realidad , si nos paramos a pensar, todo es continuamente un proceso de trasformación.


                                                                        
                                                                       Mercedes Nasarre Ramón.



                                                                               





S E X U A L I D A D


         La sexualidad es un terreno cargado de ideologías.  Eso es inevitable, porque el sexo, como cualquier actividad humana, no se reduce al hecho biológico de la relación sexual, sino al complejo mundo simbólico, afectivo y cultural donde nos movemos y vivimos.

         De vivir el sexo con temor y con culpabilidad, en unas pocas décadas, hemos pasado a la sobrevaloración de la actividad sexual.  Hay una obsesión por el sexo y el goce sexual que se instrumentaliza para muchas otras cosas.  No olvidemos que las relaciones son un eco de los modelos de poder de la sociedad.

         Podríamos decir que la sexualidad es la narración que una cultura hace del sexo.  ¿No está nuestra sexualidad cargada de contradicciones?  Se quiere gozar del sexo, pero a la vez, es intolerable no ser importante para alguien.  Se anhela no tener barreras, pero seguimos queriendo que nos sean fieles.  Se ha trivializado el sexo pero sigue cargado de expectativas grandiosas.  En lo que todos estamos de acuerdo, hoy día, es que es importante gozar de la sexualidad.

         Para empezar, cuando hablamos de sexo, hay varios discursos en juego: el biológico, el personal, el afectivo, el amor de pareja, el compromiso con una familia…  ¿Cómo es posible que la frustración sexual siga siendo algo habitual?  Seguramente, sigue habiendo, como siempre, miedo y mentiras, pero de una forma mucho más escondida que antes.  Con la fachada de que ya no hay problemas, el miedo sigue actuando: miedo físico, miedo al fracaso, miedo al desconocimiento del otro sexo, miedo a hacer daño, miedo a dejarse llevar o a no dejarse llevar etc.  Que cada cual analice sus propios miedos.

         Y ¿las mentiras?  Creo que ninguno de los dos sexos asume su propia responsabilidad en la comunicación.  Digo esto porque me encuentro con muchas chicas jóvenes que todavía simulan el goce para acoplarse al patrón cultural que tenemos.   La feminidad viene de lo profundo del cuerpo y si esa feminidad es desatendida por la propia mujer, difícilmente se tendrá capacidad para el verdadero placer sexual. La confianza y la comunicación debe enmarcar cualquier tipo de relación.

         No hay goce sin confianza y seguridad, tanto a nivel físico, como a nivel psicológico.  Y sin gozo no hay felicidad, pero ¿qué es el gozo para usted?  Esta es la pregunta que debe hacerse cualquier persona.



         Quizá lo más importante sea volver al cuerpo, a escuchar verdaderamente al propio cuerpo.  El cuerpo es la base de toda comunicación.  El comportamiento sexual tiene que ver con la comunicación, es una expresión de las personas que realizan ese acto.  Es importante preguntarse:  ¿Qué estoy expresando con este comportamiento?  Hablar sinceramente con nuestro cuerpo, ir más allá del miedo y de las mentiras.

         La sexualidad es la unión de las personas a través de sus cuerpos.

         La relación de pareja va más allá.  Es crear un contexto de libertad y transparencia para lo más íntimo.  Y lo más íntimo de una persona es, no cabe duda, su propio sexo.

         Los problemas de pareja suceden por no saber situarse ante el otro, que no es otra cosa que no saber situarse primero ante uno mismo.
         La sexualidad humana plena es siempre una entrega.  La donación de uno y la aceptación del otro en todo su cuerpo.  Por eso, entre la sexualidad y la espiritualidad no puede haber barreras.




                                                                         Mercedes Nasarre.




                                                                         



M E D I T A C I ÓN     Y     A L G O     MÁS


         En la historia de la psiquiatría, después de muchas idas y venidas entre el cerebro (símbolo de lo objetivo) y la mente (símbolo de lo subjetivo) se está volviendo a profundizar en el sentido original de la palabra psyque.  Psyque, etimológicamente, significa alma.

         En la psicoterapia occidental se está incorporando una práctica que proviene de tradiciones orientales milenarias y que se basa en entrenar la atención plena  (mindfulness).

         Mindfulness (anglicismo que se ha incorporado ya al lenguaje psicológico habitual) hace referencia a lo más elevado del cerebro humano: la mente que se observa a sí misma.  Es la capacidad de estar consciente y presente en un momento particular, momento que integra la totalidad del ser.  Esta cualidad la puede desarrollar cualquier ser humano, pero si no se practica no se puede conocer.

         La meditación, que es el origen del mindfulness, legitima la propia experiencia como fuente de conocimiento.  No es una relajación, esto sería una consecuencia final en todo caso; no es una huída de la realidad ni un refugio para los problemas, es una práctica para cultivar la conciencia.  Permite observar el proceso mental sin involucrarse en su contenido, pues, la mayoría de las veces, las causas profundas de nuestro sufrimiento tienen que ver con la confusión o con la narración que nos hacemos de lo que ocurre.

         Meditar es simplificar.  Es atender, sentir, observar y aceptar.  El pasado y el futuro son productos mentales.  Agarrarse al pasado es típico del ánimo depresivo y preocuparse por el futuro es la característica de la ansiedad.  El reto es aprender a estar en el presente sin juicios ni condenas, siempre con amabilidad.

         El mindfulness se encuentra en todas las religiones del mundo y nadie puede considerarse un experto, como nadie lo es en ninguna actividad espiritual, puesto que una vez que alguien se hace experto en algo, deja de aprender y de explorar y su vigilancia se marchita.

         El budismo es el origen de la práctica de la atención plena y data de seiscientos años antes de Cristo, aunque en realidad, todos los místicos cultivan el silencio y el aspecto consciente de la atención, pero en ellos, hay un paso más allá.  Hay un desprendimiento y una entrega total a una voluntad mayor que uno mismo, el yo no manda, y en su debilidad, se deja encontrar por algo que le sobrepasa.  En la contemplación hay una comunión con lo sagrado para abrirse a una realidad trascendente.  No siempre se puede poner en palabras lo que, humanamente, parece imposible, pero lo que está claro es que estas vivencias producen una alegría y una plenitud indescriptibles.

         Al escéptico moderno le resultará imposible concebir estas actividades, pero de eso se trata, no de creer, sino de experimentar.  Sólo una práctica constante y entregada enseña a descubrir estas capacidades de la mente y del corazón.

         Todavía queda mucho que trabajar para que la gran riqueza de la espiritualidad occidental se incorpore a nuestro modo de pensar actual.  Sin los símbolos colectivos estamos solos para luchar con las fuerzas interiores y si nuestras sombras no están canalizadas por la comunidad se corre el riesgo de perder identidad y significado, y, a la larga, enfermar.  No olvidemos que un ser humano siempre es un cuerpo y una historia.

         El camino contemplativo es una escuela para aprender a descubrir lo divino en nosotros y vivir a partir de ello.  La confianza es radical.  No es del meditador de quien proviene el resultado, el silencio de la mente se abre al Gran Silencio que es Amor.  Entonces se vislumbra, sólo se vislumbra, que la riqueza humana se encuentra en un nivel de conciencia que cambia la comprensión del mundo.




                                                                                    Mercedes Nasarre Ramón.




                                                                                                  




Nacer de nuevo

Este artículo ha sido publicado en Eclesalia.


                En Navidad, el sol alcanza su punto más bajo y la noche es más larga que nunca, pero justo en ese punto más oscuro, ocurre la transformación. La luz vuelve a desplegarse y vence a la oscuridad.
                El nivel histórico, el nivel mitológico y el nivel psicológico están ligados entre sí. La historia nos la suministran los redactores de los evangelios, que proyectaron sobre sus narraciones toda la impresión personal que el profeta de Galilea les produjo. Pero no se trata sólo de recordar algo que ocurrió, cosa que se olvida a menudo, sino de entender lo que subyace bajo estos símbolos. Así, entramos en el nivel mitológico, en el que hay pautas arquetípicas que son comunes a la humanidad desde hace siglos. Los mitos expresan algo oculto en la psique humana y sólo ellos lo articulan, porque el mito nos habla del desarrollo de lo eterno en el tiempo.
                Este tiempo, en realidad, es una invitación a nacer de nuevo. Navidad significa nacimiento, acaba un año y empieza otro… Este nacimiento sólo es posible cuando nos alejamos de la exterioridad y retornamos a lo más íntimo de nosotros. Al lugar más oscuro y más secreto, allí donde está lo débil y a veces lo más roto. Sin embargo, mientras el individuo está ocupado en la realización de su ego, no ha llegado el tiempo de conocer la luz interior. Los cimientos han de ser sacudidos y sólo entonces la mirada se hace más profunda y puede ir más allá de las cosas.
                Y entramos en el nivel psicológico, la Navidad siempre nos remite a la familia y a la infancia. Somos herederos de un cuerpo y de una historia emocional que nuestros padres nos han trasmitido. Durante todo el proceso de la vida atravesamos conflictos y dolores que son inherentes al hecho de madurar. Los hijos idealizan a los padres y éstos a los hijos y todo ese asunto narcisista debe disolverse para llegar al verdadero amor. Las heridas narcisistas duelen, nos decepcionan muchas cosas, es más, las heridas íntimas son las principales responsables de que haya hombres y mujeres moralmente hundidos. Unos se protegen con la crispación, otros se ocultan bajo una máscara opaca. Algunos están paralizados y otros, como dice una canción, se vuelven malos. No hay nadie sin cicatrices y marcas de la vida.
                La posibilidad de nacer de nuevo  ocurre exactamente en ese lugar de las heridas, allí está la puerta para encontrarse con el yo más auténtico. En medio de nuestra debilidad podemos dejar que el amor actúe y nazca en nosotros. No olvidemos que, pese a lo imposible, el dios cristiano es el dios de la debilidad y de la esperanza.


Mercedes Nasarre. Psiquiatra



E L     E S P Í R I T U     Y     L A     M A T E R I A



Este artículo ha sido publicado en Eclesalia.

         A veces caemos en el error de pensar que lo espiritual es antimaterial y no es así, la materia y el espíritu son el anverso y el reverso de la vida.  La materia da forma al espíritu y al revés, podemos decir que el espíritu infunde vida a la materia.  Igual que la oscuridad y la luz se complementan mutuamente, la materia y el espíritu sólo tienen una dualidad aparente.

         El significado original de la palabra espíritu se asocia con el aliento, con la respiración.  Cuando hablamos de espiritualidad, estamos nombrando el profundo sentimiento de unidad y conexión con el universo, la pertenencia a un orden mayor que uno mismo.  Algo así como decir que todos los seres compartimos el mismo aliento de vida, que todo está sustentado en la  misma luz y en la misma tierra.  En realidad, el universo alberga formas infinitas que se transforman evolutivamente, complementándose y conservando siempre un orden implícito.

         Si los espiritualistas desprecian el cuerpo y la materia, el materialismo es como una existencia sin espíritu.  Esto lleva a una visión del mundo en la que la naturaleza existe sólo para nuestro propio beneficio.  Desde esta perspectiva, no hay sentido profundo en la vida humana, pues somos meras combinaciones de genes y células y todo es fruto del azar.  Además, como el conflicto y la lucha forman parte de la estructura básica de la vida y sólo sobreviven los más fuertes, el único objetivo es la adaptación para sobrevivir.

         Esta visión de la vida sin espíritu, no sólo genera división entre el ser humano y el mundo natural, sino dentro de la persona y además, es el origen de las luchas entre unos y otros para obtener poder y control.  El mundo es un campo de batalla donde pelean los países, los mercados, las culturas y las religiones.

         Hablando de religión, la verdadera razón de la existencia de las religiones es la búsqueda del Espíritu.  La negación del cuerpo sólo da lugar a problemas serios y a perversiones.  Si las instituciones religiosas sólo se preocupan de su mantenimiento, se convierten en algo cerrado que se aleja del Espíritu, que por naturaleza es libre, igual que lo fueron Cristo, Buda, Lao Tse, etc.

         Decir que el ser humano es un cuerpo no es algo que nos aleje de lo espiritual, porque es, precisamente, en este pequeño trozo de universo, donde nos realizamos y nos humanizamos.  Toda una vida para crecer en el cuerpo aunque, muy a menudo, para destruirse por el cuerpo y no me refiero al deterioro normal del envejecimiento.  Después de satisfacer las necesidades físicas fundamentales, sin conexión con lo espiritual , sólo nos hacemos víctimas infelices del deseo, de la codicia o del vacío.

         Somos fruto de una misteriosa evolución cósmica.  La materia se hace consciente y el cerebro humano es capaz de voluntad propia.  Orientar nuestra voluntad en dirección a la gran Voluntad que a todos  incluye, es ir a favor de la justicia y del amor.  Esto es la dimensión espiritual, en realidad, es nuestra vocación más íntima, a veces, desconocida por nosotros mismos.  El  cuerpo y el alma son lo mismo.  Theilard de Chardín lo comprendió bien cuando habló de la potencia espiritual de la materia.






¿DESDE  DÓNDE  NOS   CONTAMOS   LO   QUE   OCURRE?




         La vida humana es siempre una interpretación de sí misma.  Esto quiere decir que una cosa es lo que ocurre y otra, como nos contamos lo que ocurre y lo que nos pasa.  De ahí que podamos decir que vemos la realidad que somos y no la que es.   Es más,  creamos una realidad.

         En el mundo animal, existe el lenguaje factual que no añade nada, sólo señala, define, pero está conectado directamente a lo que ocurre.  En el lenguaje humano surge la narración, es decir, algo que se estructura con un inicio, un desarrollo y un final.  Este es el principal aspecto de la modalidad de la experiencia humana.  La conciencia no es instantánea, como en el animal, sino que es algo estable, con unicidad y continuidad.  Cómo nos contamos dicha experiencia, tiene que ver con la organización de la identidad misma.

         Nacemos con la capacidad de experimentar emociones y desde que estamos en el mundo, estamos con otros seres humanos.  Por eso, la identidad viene marcada por las emociones dominantes durante el curso de la maduración.  No olvidemos que la identidad no es una entidad en sí misma, es un proceso, mejor dicho, es una manera de procesar el conocimiento.

         La vinculación humana, que empieza en las etapas más tempranas de la vida, condiciona el desarrollo mismo de la identidad personal.  Los vínculos familiares y el entorno, funcionan como un espejo.  Nos construimos una imagen de nosotros mismos a través de cómo nos sentimos tratados.  Posteriormente, además, pertenecemos a otros grupos humanos y cada grupo tiene sus narraciones, sus argumentos y sus cuentos. 

         Por tanto, vivimos, sin darnos cuenta, en una doble dimensión de la experiencia.  En primer lugar, ese conocimiento tácito, que no requiere lenguaje y que es el conocimiento que dan las sensaciones, las emociones y los aspectos corporales.  Es la vivencia, el sentirse vivir.  Algo que nos ocurre, como respirar.  No en vano, en los caminos espirituales, cuando se hace silencio interior, se prioriza el volver a lo más inmediato, al cuerpo, a la respiración, fuera de la narrativa mental que, habitualmente , está llena de trampas.

         La segunda dimensión, que es la narración, no es otra cosa que la explicación de la experiencia inmediata que hemos tenido.  Por eso, todas las teorías, ideologías, creencias etc. tienen su fundamento en la emocionalidad, querámoslo o no.

         En general, todos nos contamos (o no nos contamos) las cosas de la misma manera para preservar nuestra identidad personal, eso es inevitable y es lo humano.  Pero hay algo muy interesante desde el punto de vista terapéutico y es que, si cambiamos la forma de narrarnos nuestra vida, cambiamos nuestra experiencia.

         Es por eso que en los caminos espirituales se trasciende la identidad personal.  A través del silenciamiento del propio yo y a través de una entrega amorosa en el vínculo divino, se atraviesan los límites del yo para llegar a ese espacio donde habita la Paz y el Amor.  Desde allí, siempre es posible darse cuenta de los engaños y trampas que nuestra mente ha producido y produce continuamente.
         Tener salud mental es tener lucidez, pero sin la paz, no se puede razonar libremente.  En todos los ámbitos de la vida.

       



                                                        Mercedes Nasarre Ramón. 



E  L        D  E  S  E  O   


                                                        (“Que para encontrar la fuente sólo la sed nos alumbra”
                                                                                              San Juan de la Cruz.)


         Los seres humanos tenemos nombre, porque además de ser cuerpo, somos historia.  Mejor dicho, somos humanos precisamente por eso, porque hacemos de nuestra vida una historia, le damos un sentido y quizá, más profundamente, una misión.  Asimismo,  no estamos desvinculados unos de otros y la existencia de una persona es tan valiosa y sagrada en sí misma como la de cualquier otra.

         La capacidad ética es la posibilidad de ver al prójimo como alguien distinto y a la vez semejante, y en la medida que lo vemos, descubrimos que nos constituyen los mismos elementos humanos.  En el reino natural no hay bien ni mal, porque no hay conciencia del otro.  No ocurre así en nuestro mundo humano, el bien puede palparse, experimentarse y construirse con los vínculos diarios y con los actos cotidianos.

         Sabemos que la esencia de nuestra realización como personas es la humanización del animal que somos.  Esto no es dejar a un lado las pulsiones básicas (agresividad y sexualidad) sino integrarlas en una dirección evolutiva más elevada.

         La comprensión de los impulsos humanos asumió una nueva visión con la difusión de las ideas freudianas sobre el influjo de la sexualidad sobre la personalidad.  Sin embargo, en la psicología actual, se han abandonado muchos principios que se mantuvieron muy firmes hace unos años.  La “angustia” ya no se considera un deseo sexual frustrado, ni el resultado de deseos de agresión.  Por otro lado, nunca había habido tantas descompensaciones emocionales y tanta ingesta de antidepresivos como en esta época de libertad sexual.

         La paradoja de nuestra revolución sexual consiste en que no ha calmado la neurosis sino que la ha activado.  Como en todas las áreas humanas, se trata de alcanzar un equilibrio entre la satisfacción y la renuncia, para no llegar ni a la saturación ni a la frustración.

         Con toda seguridad, la represión actual no es la del sexo, si no la de necesidades más profundas. Estamos convocados a lo más elevado de nosotros mismos y el deseo es el dinamismo             fundamental y más constitutivo de nuestro ser.  Pero también puede ser un obstáculo si se convierte en algo ciego y sin dirección.  La humanización no es la eliminación del deseo sino su transformación.

         Nuestra naturaleza es la incompletud , para ir llegando a la plenitud más allá de nosotros mismos.  Toda relación humana es una relación entre sujetos, desde la primera persona (madre) a la que nos abrimos, hasta la última de nuestra vida.  Tú y yo no existen por separado, porque para tener conciencia de uno mismo hace falta tener conciencia del otro.

         Sin embargo, ninguna persona puede llenarnos del todo, porque también ella está carente en su mismo centro.  Pero esta carencia que nos constituye es, precisamente, la que dinamiza el deseo.

         La esencia del deseo es abrirnos al otro y si la intención es la apropiación se convierte en algo destructivo, mientras que si estamos atentos a la alteridad, vamos creciendo a través de las pulsiones hacia formas de amor cada vez más altas.  Al final, entendemos la diferencia entre el deseo y el amor cuando actuamos no la posesión, sino la entrega.  Y esa unión profunda con el otro, que nunca nos completa, nos prepara para entender la fusión de amor con lo divino y con todos los seres humanos.  Ese es el verdadero deseo que late en las profundidades.
                                              


(Dedicado a mi amigo Xavier Melloni, teólogo y escritor)


Mercedes Nasarre Ramón.




NO     ENFERMES     MENTALMENTE


              El enfermo mental lo es porque repite siempre lo mismo en todas las circunstancias.  No se da cuenta y no aprende.

              ¿Qué podemos hacer para aprender?

              Lo primero y fundamental es recordar lo que se ha vivido.  Después, tolerar la realidad es cuestión de silencio y de humildad, que no es otra cosa que tener el valor de  decirse la verdad.  Los obsesivos, por ejemplo, asumirán los errores y las incertidumbres.  Los paranoicos digerirán las derrotas.  Los dependientes cogerán la responsabilidad de su propia vida.  Los ansiosos se pararán y aprenderán a no olvidarse de lo  más íntimo.  Los fóbicos aceptarán sus limitaciones y no lo esperarán todo. Y todos, toleraremos la tristeza que a veces da la vida y pondremos en tela de juicio nuestras costumbres y nuestras mediocridades.  Por cierto, sin drogas y sin adicciones que tapen nuestros vacíos.

               Mientras tanto, hay que tener cuidado de no dejarse seducir por diagnósticos psiquiátricos o especulaciones psicológicas que nos disculpen de tomar conciencia de lo que nos ocurre profundamente.

              Sabemos que la conciencia es el gran logro humano.  Es la mente que se piensa a si misma, es la lucidez.  Estamos destinados a la lucidez, pero a veces duele.

              Duele ser limitado, duele no ser perfecto.  Duele equivocarse, necesitar.  Duele no tener éxito o no ser brillante.  Duele decidir, duele soltar.   Duele ser vulgar, como todos los demás.  Duele envejecer, duele perder, duele morir.

              Sin embargo, es posible, a veces con ayuda, dejarse de mentir.  Eso sí, seremos personas normales y corrientes, pero aceptaremos los cambios y las contradicciones de la vida y asumiremos la responsabilidad de nuestras acciones.  Además, los unos con los otros crearemos un mundo solidario basado en el respeto,  la diversidad y el diálogo.
                                                          


                                                        Mercedes Nasarre

                                                            




INTIMIDAD.

              Si tuviera hermosas palabras hablaría del misterio del amor.  No sabemos bien qué es, pero sí sabemos cuando está presente.  Si amamos en pasado, en realidad, estamos recordando y si amamos en futuro, fantaseamos.  El único lugar donde encontramos el amor es en este momento presente, aquí y ahora, en nuestra intimidad.

              Esta intimidad que nos conecta los unos con los otros y que nos hace sentir que  pertenecemos.  Trascendemos, vamos más allá de nuestra limitada identidad y, superando la separación, experimentamos el amor.

              Ojalá que siempre amáramos bien.  Tendríamos la misma vida que vivimos, no otra, pero celebraríamos las pequeñas alegrías de cada día estimando los vínculos, apreciando profundamente a cualquier persona.  Las mismas actividades de un día corriente pero con muchos momentos de asombro, ternura o sensibilidad.  Ya sé que no es así, que otras emociones más negativas, multitud de veces, toman el mando de nuestro corazón.

              Ojalá que nos fijáramos en cada persona de nuestra vida y le expresáramos toda la estimación y el agradecimiento que le tenemos.  Y que ese sentimiento evocara un amor cada vez más profundo.

              Si supiera utilizar mejor las palabras hablaría de lo más hondo, incluso podría demostrar que orar es amar. Explicaría que no importa creer o no creer, que las diversas tradiciones religiosas, en realidad, nos muestran el camino del amor como camino hacia Dios, pero también nos hablan de que Dios, que está en el fondo más íntimo, es el camino para el amor profundo y permanente.

              También daría gracias por la vida, por los árboles, por el sueño azul e infinito del cielo, por los pájaros, por lo que es natural y espontáneo y por el esfuerzo humano, que no dejará de querer conocer. Y por ÉL, el Cristo, porque con nadie, que no sea él, se puede acceder al abismo del dolor humano.

              Si tuviera palabras contundentes diría que todo lo que nos aleja de la intimidad, nos aleja del amor, y sin él, perdemos el anclaje en nuestro propio ser.  Y nos perdemos.






                                                                         Mercedes Nasarre Ramón.
                                              
                                                                                      





  
RELACIONES.
              ¿Cómo está tu disposición para encarar los asuntos pendientes? ¿Prefieres desentenderte de los problemas?

              Es evidente que todos estamos tentados de soslayar los conflictos y escapar de las dificultades.  Pero también es cierto que huir de los problemas y no asumir las responsabilidades puede generar un horizonte muy estrecho.

              En las relaciones con los otros se ponen en marcha nuestras potencialidades y nuestras dificultades, es más, sólo así se activan los problemas que existen dentro de nuestro psiquismo.  Por eso, muchas personas huyen de la interacción profunda, con el fin, inconsciente, de mantener la fantasía de que los problemas son provocados por otras personas.

               Las relaciones son simultáneamente una realización y una medida del estado interno.  Los conflictos que surgen en la interacción pueden ser un gran instrumento para el auto-conocimiento y la sanación.

              Si se sacrifica el contacto íntimo, muchos problemas internos no saldrán a la luz y el desarrollo pleno humano no se llevará a cabo.

              Paralelamente, las relaciones se sostienen, a largo plazo, solamente con base en la honestidad y la interioridad.  Sin una confrontación con uno mismo, no es posible darse cuenta de que la responsabilidad la tenemos todos.  La defensa de deshacerse continuamente de la culpa sólo elimina la posibilidad de llegar al núcleo de los conflictos.

              El juego de culpar a los otros es algo tan común que ni siquiera nos damos cuenta de ello.  Un grupo culpa a otro grupo, un país a otro, una persona a otra persona…

              Este “lanzamiento de culpas” que arroja agresión y miedo genera “veneno” en la misma medida que lo proyecta.  A veces, el otro se convierte en víctima silenciosa, sobre todo si tiene también problemas o conflictos sin resolver.  La victimización puede ser tan sutil que sólo con ayuda externa se puede tomar conciencia de ello.

              Una relación buena siempre está profundamente conectada con el desarrollo individual. En el momento en que se siente que una relación es contraria o irrelevante para el propio crecimiento personal, inevitablemente, esa relación se resentirá.

               El crecimiento humano es una realidad espiritual y siempre que haya fricciones en nuestras relaciones, significa que hay algo que debe ser atendido.

              ¿Te escuchas a ti mismo?  ¿Confías en lo que sientes profundamente?  ¿Cierras los ojos a la responsabilidad de tu propia vida?  ¿Tomas la iniciativa y pones orden y luz en tus relaciones, sabiendo que todos tenemos el mismo derecho a la felicidad?

              La autonomía personal no sólo debe ser compatible con tener vínculos, si no que se basa en ellos; de nada sirve esa habilidad para relacionarse superficialmente tan común en nuestros días.  Las buenas relaciones van de la mano del cultivo de la propia interioridad.



                       
                                                    Mercedes Nasarre Ramón.


                                                                 



LA ÚLTIMA CRISIS. 


              Todos hemos nacido en el seno de un grupo humano, de tal forma que los requerimientos sociales de ese grupo configuran, a partir del vínculo, la constitución de la propia identidad.  El “yo” se origina a partir de los otros, o lo que es lo mismo, la conciencia autobiográfica depende fundamentalmente del lenguaje.  Quienes nos enseñan a hablar nos condicionan en la estructura misma de nuestro yo.

              Lo importante en la cultura en la que nos formamos se convierte en algo a ser.  Por eso, desde niños, estamos tratando se alcanzar lo que nos han dicho que debemos ser.  “Soñamos” con nosotros mismos y esperamos con anhelo los aplausos.

              La identidad es un largo proceso desde la infancia hasta la madurez y el resultado es el “yo” consciente.  El yo emerge de la naturaleza indiferenciada, se adapta a la familia y medio social que le rodea e interioriza una cultura y unos valores determinados.  Si el proceso cumple su objetivo, el yo se despliega y se afirma creando su propio espacio e influyendo en la realidad externa.

              Así se construye la historia personal del sujeto.  La vida humana es, fundamentalmente, una cuestión de decisión.

              La persona madura es la que ha realizado un proyecto y puede ver el sentido del mismo.

              ¿Qué ocurre cuando pasan los años? o ¿qué pasa cuando la historia personal del sujeto se ve truncada?  Ya no hay proyecto o hay que distanciarse de él.  Hay que quedarse desnudo como un niño, despojado de máscaras y con la muerte como horizonte.
               Esta fase aparece como angustia ante el futuro y miedo a la muerte.  Algunos la reprimen e inician  una obsesión compulsiva por la salud, en todas sus vertientes.  Otros acometen empeños absurdos de cierta vanidad social y otros sencillamente se deprimen.

              Las personas que han tenido la suerte de cultivar culturas espirituales o religiosas, descubren la sabiduría de entregar confiadamente la propia vida, que vuelve a su origen.  Así, la muerte se vislumbra como un “nuevo nacimiento”.

              Es la época de la sabiduría y de la libertad interior.  De la serenidad y de la liberación  del egocentrismo.  De la paz profunda y de la entrega total.

              Es la hora del verdadero creyente, porque como afirma     Jung, el miedo a la muerte, que está en la base de las neurosis del adulto, sólo se resuelve desde una dimensión espiritual de la vida.




                                                 Mercedes Nasarre.

                                                      Psiquiatra


Publicado en Eclesalia




¿QUE PASA CON LAS PAREJAS?
Relacionarse es algo que todos necesitamos. Si como organismos vivimos gracias a los intercambios materiales y energéticos con nuestro medio, igualmente necesitamos del otro y de los demás para establecer nuestra individualidad psíquica, nuestra identidad. No hay psiquismo sin relación humana. En el ser humano todo es cultura de una manera natural: culturalmente aprendemos a ser, a sentir, a amar…

Aprendemos unos con otros, en relaciones que van desde las más íntimas hasta aquellas aparentemente poco importantes.  Estamos viviendo en un mundo bastante frío, donde tenemos miedo el uno del otro, y para protegernos, cada vez nos relacionamos menos. Me refiero  a relacionarnos de verdad. Así que el corazón de cada uno está insatisfecho.

La primera relación, la de origen, es la de nuestros padres. Si uno no puede equilibrar o sanar esta relación, es muy difícil que pueda vivir otras relaciones de forma satisfactoria. Allí se forma eso que llamo “el molde emocional”, sobre el que vamos edificando cómo somos, cómo pensamos y cómo es el mundo.

Nos convertimos en adultos pero emocionalmente seguimos dependiendo del amor que no hemos tenido, o de la aprobación no recibida, o somos todavía esos niños egoístas y narcisistas incapaces de compartir a “mamá” con las otras personas. O quizá nadie ha estado allí para poner límites a esa desorganización y excitación propia del cerebro infantil.

En fin, que llegamos a la pareja con la ilusión de que nos va a llenar de todo aquello que nos falta. Y ocurre la fase de enamoramiento, donde cada cual muestra lo mejor de uno y cada uno quiere ser el centro del mundo del otro. Y nuestra felicidad depende de la otra persona.


Y de pronto lo que queremos es que el otro cumpla nuestras expectativas. Todas. Pues….  “cómo yo lo amo, entonces va a darme todo lo que yo necesito”.

Comienzan los conflictos, los desencuentros y las desesperaciones. Y nada crece ni se expande. Y tenemos la certeza de que si el otro cambia seremos felices. Y queremos mucho y damos menos y queremos que nos entiendan y nos olvidamos de comprender….

Así que las relaciones se enfrían y se mantienen por conveniencia. O se acaban. O empiezan a ser ese lugar donde aprender que amar es percibir y comprender que el otro es diferente.

Y uno empieza a entender también después de muchas frustraciones, que la felicidad no es algo que me vaya a dar alguien, sino que está en nuestro interior.

Porque si no me acepto y me amo como soy, y no aprendo a gestionar mi vida y mi autonomía personal y no maduro mi propia identidad, no podré confiar, entregarme ni unirme al otro.

Porque el amor es ser nosotros mismos y entregarnos plenamente. Aceptar nuestra soledad básica y ayudar al otro a ser él mismo.

Se autoriza la reproducción de estos articulos citando la procedencia:
unpsiquiatraseponearezar.es
Mercedes Nasarre Ramón.  Psiquiatra


LOS DEMONIOS HOY  

 La espiritualidad se desarrolla cuando uno empieza a mirar dentro. Es un despertar progresivo a la realidad interna de nuestro ser.

    Hay algo parecido en cómo entendían los primeros monjes el camino espiritual con la psicoterapia profunda y es que la meta es la misma: la transformación de la persona. El monje Evagrio decía “sólo si me encuentro conmigo mismo y me conozco a mí mismo me encontraré verdaderamente con Dios. Y esto me transformará en todos los ámbitos de mi vida. El espíritu de Dios, que es Amor, tiene que penetrar en todo lo oscuro e inconsciente, integrar lo que está separado y sanar todas las heridas”.

     Si nos atrevemos a ver nuestras pasiones una y otra vez, a la larga, su fuerza no nos arrastrará. Y podremos poner nuestra razón al servicio de la paz interior (apatheia, la ausencia de sufrimiento). Ésta paz es la auténtica salud mental, la salud del alma.

     Los padres del desierto hablaban de nueve demonios (en realidad, movimientos emocionales o también poderes anímicos o energías negativas…).

1) Demonios corporales: corresponden a la zona del deseo, donde anidan los tres instintos básicos humanos: la comida, la sexualidad y el afán de poseer. Cuando estos instintos se adueñan de nuestra energía pueden llegar incluso a enfermarnos (corporal y socialmente):
    a) Gula: hasta la adicción, en el comer, en las drogas…

    b) Lujuria: dejarse arrastrar por la sexualidad, no habitar verdaderamente el     cuerpo, no tomar conciencia del otro, afán de dominación…

    c) Avaricia: el afán de poseer que de manera sana lleva a la seguridad y al     descanso conduce a la vigilancia excesiva, al miedo, a la codicia…

2) Demonios emocionales: corresponden a desviaciones de emociones básicas.

    a)    Ira: la agresión es una energía vital básica, si se reprime puede conducir a la depresión. Pero puede dominarme y ya no soy dueño de mi mente (malhumor, queja continua, crítica, descontento general…).

    b)    Tristeza: no podemos esquivar el dolor, el duelo es propio de la madurez. Pero puede caer en la autocompasión, el victimismo, la frustración permanente…

    c)    Acedia: es la incapacidad de vivir plenamente el momento presente. No puedo permanecer en lo que estoy haciendo. Me voy de una cosa a otra. Siempre insatisfecho. No hay centro en mí. No hay pleno contacto conmigo mismo. Oscilo entre un polo y otro continuamente. Desgarro interior. Angustia.

3) Demonios espirituales: nos llevan a no hallar descanso dentro de nosotros, el espíritu está permanentemente en los demás:

    a)    Vanagloria (o vanidad): es la tendencia de ponerse en el centro. Sólo está     más justificada en los jóvenes (nos construimos a través de los otros).

    b)    Envidia: es la tendencia a compararse con los demás. Es sentirse por debajo. Lleva al menosprecio de los otros y a no responsabilizarse del lugar propio.

    c)    Orgullo: es considerarse superior a los otros. Me he hecho una imagen de mí tan elevada que no estoy dispuesto a aceptar mi realidad, mi mediocridad…

Poner conciencia en nosotros es no dejar que estos demonios o poderes emocionales nos dominen. Ni tampoco que nos alejen de nuestra auténtica esencia que no es otra que la paz interior. Que nace del Amor que todo lo integra, todo lo une, todo lo perdona.

        Mercedes Nasarre.  Psiquiatra






YO TAMBIÉN ESTARÉ CONTIGO CUANDO LLORES 

Mercedes Nasarre después del éxito de su primer libro "Un psiquiatra se pone a rezar" publica su segundo libro. 



       

Hay varios motivos por los que he escrito este libro.



Primero, porque quiero continuar con la idea de trasmitir esperanza que inicié en el anterior “Un psiquiatra se pone a rezar”.



Segundo, porque me gusta mostrar que en lo íntimo, pase lo que pase, siempre es posible la transformación.



Y tercero, porque quiero contar historias que lleven a lo profundo, que den luz. 



Contarlas desde lo que yo sé, desde mi propia experiencia. Esta es una novela psicológica, escrita como un monólogo íntimo. Los primeros capítulos dejan entrever el drama y la falta de dirección de la mente cuando se ha entrado en una depresión. Ruego a los lectores que sigan leyendo.



En la depresiones graves (las hay también leves y moderadas), la persona ha abandonado su voluntad. Todo se ha hundido, lo afectivo, lo cognitivo, lo físico… Muchos son los caminos que llevan a la depresión. Hoy en día, este trastorno es cada vez más frecuente. 



Resulta complicado explicar y éste no es el medio para hacerlo, por qué estos estados se han incrementado en nuestra sociedad y se dan en cualquier edad. Ojalá entendamos el aumento de estos trastornos como una interpelación a nuestra manera de vivir. 



Podríamos ver entonces la depresión como un grito de protesta para reflexionar sobre los pilares en los que se construye la vida humana. De la depresión se puede salir y entonces se puede comprender que el mundo es algo más que lo superficial.               

La vida tiene en sí misma la capacidad de transformarnos, pero muchas veces no estamos abiertos, permanecemos bloqueados en nuestro propio yo, inmersos en nuestra maraña psíquica. Los seres humanos tenemos muchas capas cubriendo el fondo de nuestro corazón. Debajo de lo que nos ocurre está todo el daño que hemos recibido y más íntimamente, está nuestra reacción, el lado más oscuro, nuestro mal interior. 



Estoy convencida de que las heridas del vivir nos obligan a seguir trabajándonos para seguir madurando, porque todo es un itinerario hacia la profundidad. Es más, sólo desde la fragilidad podemos conectar con lo más auténtico y amoroso de nosotros mismos y de esa forma, nos volvemos más humanos, sensibles y compasivos.



Quiero recordar que en este camino de vivir, siempre necesitamos estar acompañados en el dolor, de ahí el título de esta novela.



Salud mental y Salud espiritual

En la mente animal no hay diferencia entre su vida material y su hacer. Ellos no pueden observar su propia conducta. En la mente humana, esto puede realizarse. Se puede ser consciente de las operaciones mentales y uno puede dirigir sus acciones. Nuestro destino evolutivo es la mente que se piensa a sí misma.

¿Al servicio de qué pongo mi razón? ¿Qué guía mi vida? ¿Dirijo libremente mis actos o me dirige el inconsciente? o ¿son otras personas las que me dirigen? o ¿quizá el mundo?

En Psiquiatría hoy se explica el psiquismo como un fenómeno físico, sin profundidad, como si el sujeto no existiera. Se trata la infelicidad con psicofármacos. Y por otro lado la alienación de muchas terapias lleva a pensar que el individuo tiene que llegar a ser autosuficiente, buscando en sí mismo la fuente de todo sentido.

Sin desarrollo espiritual no hay antídoto para el narcisismo.

La espiritualidad es un estilo de vida. Gracias a ello se encuentra sentido y significado al propio vivir. Se vuelve a tener voluntad de seguir a pesar de las dificultades y se posibilita la confianza en uno mismo, en los otros o en Dios. En definitiva, es un compromiso que implica la totalidad del ser.

Está fuera de toda duda que las prácticas religiosas o espirituales ayudan a afrontar el estrés diario, se asocian a una mejor salud mental y capacitan para soportar los grandes retos de la vida. Asimismo ayudan al mejor funcionamiento del sistema inmunitario. Estar en un camino espiritual favorece comportamientos más saludables y además aporta una actitud distinta frente a la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. La verdadera vida espiritual integra el autoconocimiento y la ética social. Gracias a ella la persona se abre a dimensiones más amplias y más profundas de la existencia.

Pero por otro lado, también hay peligros en lo espiritual. La persona puede buscar un consuelo ilusorio ante los problemas de la vida. Puede usar lo espiritual para negar pérdidas, evitar conflictos y evadir la responsabilidad de decidir y pensar por sí misma. Puede desarrollar miedos, obsesiones y sentimientos de culpa excesivos. Puede reprimir su parte instintiva o hacer un mal manejo de ella. Puede someterse, hacer ídolos, desvalorizar lo cotidiano o dividir la realidad. Puede cultivar el poder y el narcisismo y estancarse en su desarrollo profundo. Puede ser dogmática, fanática e intolerante con la diversidad. Puede creer que su práctica religiosa tiene la verdad absoluta.

La vida espiritual perjudica o beneficia a la salud mental según se use a favor del AMOR o no. La forma en que se vive la espiritualidad depende de la madurez personal. Si un ser humano está poco evolucionado será incapaz de comprender otros puntos de vista. Si lo está, considerará digna a toda persona, porque en el AMOR todo se iguala, todo se integra, todo se une, todo se perdona.

Mercedes Nasarre. Psiquiatra. Autora del libro “Un psiquiatra se pone a rezar”



ORAR  SANA  LA MENTE


      ¿Cómo se puede ser un psiquiatra verdaderamente eficaz si no se tiene al menos cierta comprensión de lo que significa lo espiritual?
                En el diccionario se define lo espiritual como lo no material, lo no tangible. He visto que las personas utilizan esta palabra para varias cosas. Y en realidad, el significado de una palabra es su uso en el lenguaje común. Se usa este término para hablar del profundo sentimiento de unidad y conexión con el universo. La pertenencia a algo mayor que uno mismo. También para expresar el propósito y el sentido de vivir. Los valores profundos que dan significado a nuestra vida.
                Son las palabras grandes que todos conocemos: el amor, la humildad, la justicia, la libertad, la solidaridad, el perdón, el recogimiento, la paz…
                Son todos los caminos y prácticas religiosas que llevan a la transformación personal. Y por último, lo espiritual es el núcleo auténtico del propio ser. Lo más libre, amoroso y espontáneo que late en nuestro interior. La fuente de todo poder y de toda sabiduría.
                 Pero no olvidemos que no hablamos de sabiduría en el sentido humano, corriente, sino de la sabiduría del amor. Y este núcleo íntimo es el que está herido, encogido o asfixiado cuando hay enfermedades psíquicas. Cerrarse al amor es desconectarse de lo esencial y esa es la base principal de toda enfermedad emocional.
                Muchas veces debajo de la ansiedad hay resentimiento. En el núcleo de la depresión hay vergüenza, culpa o autocompasión. La culpa y la cólera son en muchas ocasiones los extremos de la misma cosa. En las enfermedades psicosomáticas puede haber intolerancia, rabia no expresada, falso amor propio, avaricia, vanidad. En la irritabilidad continua culpamos inconscientemente a los demás de lo que ocurre. El odio y el abuso, la envidia y la soledad…
                El amor es esencialmente intercambio y conexión. Por eso la oración sana. Porque en la oración, el creyente no se dirige al Dios de los teólogos y de los sabios, sino a ESE que se dio de una vez por todas. Él no viene y va. Es una presencia permanente, que a veces no atisbamos.
                Y como en una relación terapéutica, la única consigna es decir la verdad. Decirse la verdad ante el Otro que todo lo acoge y todo lo perdona. Porque la verdad descansa, y aunque no evita el dolor, evita el trastorno mental.






LA     ULTIMA     CRISIS



              Todos hemos nacido en el seno de un grupo humano, de tal forma que los requerimientos sociales de ese grupo configuran, a partir del vínculo, la constitución de la propia identidad.  El “yo” se origina a partir de los otros, o lo que es lo mismo, la conciencia autobiográfica depende fundamentalmente del lenguaje.  Quienes nos enseñan a hablar nos condicionan en la estructura misma de nuestro yo.

              Lo importante en la cultura en la que nos formamos se convierte en algo a ser.  Por eso, desde niños, estamos tratando se alcanzar lo que nos han dicho que debemos ser.  “Soñamos” con nosotros mismos y esperamos con anhelo los aplausos.

              La identidad es un largo proceso desde la infancia hasta la madurez y el resultado es el “yo” consciente.  El yo emerge de la naturaleza indiferenciada, se adapta a la familia y medio social que le rodea e interioriza una cultura y unos valores determinados.  Si el proceso cumple su objetivo, el yo se despliega y se afirma creando su propio espacio e influyendo en la realidad externa.

              Así se construye la historia personal del sujeto.  La vida humana es, fundamentalmente, una cuestión de decisión.

              La persona madura es la que ha realizado un proyecto y puede ver el sentido del mismo.

              ¿Qué ocurre cuando pasan los años? o ¿qué pasa cuando la historia personal del sujeto se ve truncada?  Ya no hay proyecto o hay que distanciarse de él.  Hay que quedarse desnudo como un niño, despojado de máscaras y con la muerte como horizonte.
               Esta fase aparece como angustia ante el futuro y miedo a la muerte.  Algunos la reprimen e inician  una obsesión compulsiva por la salud, en todas sus vertientes.  Otros acometen empeños absurdos de cierta vanidad social y otros sencillamente se deprimen.

              Las personas que han tenido la suerte de cultivar culturas espirituales o religiosas, descubren la sabiduría de entregar confiadamente la propia vida, que vuelve a su origen.  Así, la muerte se vislumbra como un “nuevo nacimiento”.

              Es la época de la sabiduría y de la libertad interior.  De la serenidad y de la liberación  del egocentrismo.  De la paz profunda y de la entrega total.

              Es la hora del verdadero creyente, porque como afirma     Jung, el miedo a la muerte, que está en la base de las neurosis del adulto, sólo se resuelve desde una dimensión espiritual de la vida.




                                                 Mercedes Nasarre.

                                                      Psiquiatra

Publicado en Eclesalia








Un psiquiatra se pone a rezar de Mercedes Nasarre 



Artículo publicado en eclesalia.net (Revista digital)



LA     SEMILLA



 Hay una parte de nosotros, infinitamente pequeña, como una semilla, que sólo puede crecer a la luz del verdadero amor.  Con todas las relaciones amorosas de nuestra vida, va creciendo.  A veces, su crecimiento se estanca, entonces sentimos que la vida pierde sabor.                  Seguramente la parte más mediocre está tomando el protagonismo, esa que no mira al Amor, esa que no está domada, la que tiene que ver con los demonios interiores.

Cada camino espiritual tiene un lenguaje para las dificultades habituales que afrontamos todos.  En los cristianos se denominan demonios (el de la ira, el del orgullo, de la envidia, de la pereza etc.).  En los meditadores budistas se llaman obstáculos a la claridad (el apego, la duda, la confusión, la ira etc.).  Los sufís los  nombran como Nafs, e impiden que la esencia florezca.



             Son precisamente esos demonios los que se mezclan en el entramado de nuestra vida y en la estructura misma de nuestra psique.



             La mente hace ruido sin cesar, pero hay un punto dentro de ella que es silencio y que no percibimos.  Hace falta vaciarse y quedarse quieto.  Quien es capaz de escuchar el silencio está cerca de eso que buscamos todos.



             Si se ha vivido lo suficiente, se sabe que lo que se posee, sea el amor de los que uno desea, el prestigio, los bienes, el poder, el conocimiento intelectual etc.,  no bastan  para llenar profundamente a nadie.  Siempre se quiere algo más.



             Imaginad por un momento que todos nuestros deseos encuentran satisfacción.  No pasaría mucho tiempo, estoy segura,  de que empezaríamos a estar inquietos, insatisfechos.  En el momento en que se está habituado a una cosa, se quiere otra cosa.



             Solamente el contacto con algo muy puro puede salvarnos y transformarnos.  ¿No hemos suspendido el juicio ante la claridad de una noche estrellada, ante la belleza del ocaso, ante el misterio de un texto sagrado o ante la necesidad de unos ojos?



             Desde el momento en que saboreamos esa paz, sabemos que algo del gran Silencio ha entrado en nosotros, ha atravesado nuestro ser y se ha unido a ese silencio secreto que está en nuestro interior.  Es entonces que entendemos el tesoro espiritual del que todas las tradiciones nos hablan.  

Mercedes Nasarre.  Psiquiatra. Huesca


Escrito el 1/1/2014






 N A V I D A D











               La Navidad es una fiesta que se celebra en la cultura cristiana. Hoy día, en la mayor parte de las familias, está vaciada de cualquier contenido religioso.  A pesar de todo, no deja de celebrarse en muchas partes del mundo.



             Todo hecho religioso tiene tres lecturas, una lectura histórica, una lectura mitológica y una lectura psicológica.



             La lectura histórica nos habla de la historicidad de unos sucesos alrededor de los cuales se configura una serie de creencias y símbolos que tienen un carácter de exceso.  Este exceso siempre es signo de algo sagrado, de algo fundante que sólo puede entenderse desde la profundidad.  Por eso su importancia no se halla en la historia que cuenta, sino que debe hacerse también la lectura mitológica.



             En muchas religiones se encuentra el nacimiento virginal de un dios.  Siddharta, el Buda, nació por el costado derecho de su madre para no romper su virginidad.  Una divinidad  había entrado en el cuerpo de ella durante un sueño y se produjo la concepción.



             En el hinduismo, el nacimiento de Krishna también se produjo de una virgen y entre pastores, incluso con amenazas de muerte.



             En las religiones indígenas y en casi todo el mediterráneo, los hijos de los dioses nacían siempre de madres vírgenes.



             Los mitos nos hablan del alma humana.  Cuentan siempre el desarrollo de lo absoluto en el tiempo, como si el mundo fuera solamente una alegoría de algo que está detrás.  Como si lo real fuera la luz antes de atravesar un prisma de cristal.  Las formas nacen y mueren en esa realidad eterna que permanece.



             En Navidad, el sol está en su punto más bajo.  Allí, en esa oscuridad, nace un niño.  La lectura psicológica nos habla del nacimiento de la Luz en lo oscuro, de cómo Dios, que es Amor, puede nacer sólo cuando se ha oscurecido nuestro ego, cuando nuestras máscaras han caído.



             ¿Estamos preparados para albergar el Amor? ¿Estamos suficientemente abiertos y limpios?  ¿Nos hemos enterado  de que en el amor verdadero somos pequeños, pobres y estamos desnudos de importancia?



             El mito de la Navidad es una invitación a un renacimiento, a nacer de nuevo desde lo más pequeño, libre y auténtico de nosotros mismos.  No es algo que puede hacerse con nuestras propias fuerzas, consiste más bien en un despojamiento.  Como dice un santo cristiano : “Dios se hizo hombre para que el hombre se convirtiera en Dios”.  En eso consiste el camino espiritual de cualquier tradición religiosa, en mostrar la capacidad trascendental de nuestra psique y conducirnos  a la plenitud.

              





A QUÉ CULTURA PERTENECES? NOVIEMBRE 


              Lo  que sabemos, más allá de nuestra experiencia inmediata, en ocasiones viene canalizado por los medios de comunicación.  Es decir, los medios nos influyen siempre en las cuestiones sobre las que pensamos.  No hay ni un solo día en que no estén generando modelos de referencia para interpretar el mundo, hasta el punto que constituyen la referencia identitaria  fundamental para  muchas personas.

               ¿Por qué digo esto? Sencillamente porque somos animales culturales.   Es en la cultura que aprendemos a ser, a expresarnos, a sentir, a amar. Es la lengua y su lenguaje,  dentro de la cultura, la que posibilita el hecho de compartir.

              La realidad es en parte un constructo del cerebro y en parte, un consenso social.  De esta forma, lo que no se encuentra simbolizado no existe, aunque tenga existencia.

              A lo individual no se sobreañade lo social, sino que el sustrato cultural, con sus visiones del mundo y con su interpretación , condiciona las mentes individuales.

              Pues bien, los medios de comunicación, en toda su diversidad, son la principal fuerza en la generación del imaginario colectivo.  Me pregunto si esta cultura mediática, que alimenta lo individual, lo superficial y el deseo, posibilita la verdadera humanización.

              Entiendo la humanización en dos vertientes: Por un lado, la capacidad para el discernimiento, el pensamiento propio y la libertad.  Por otro lado, la capacidad para la empatía, que nos lleva a la colaboración y al compartir.

              No hay otra forma de humanizarse más que a través de una cultura que eduque la sensibilidad y la capacidad de amar.

              ¿A qué cultura pertenezco? ¿Cómo interpreto las cosas? ¿Qué visión tengo de la vida?  ¿Qué corrientes de pensamiento me influyen?  Y por último: ¿Soy capaz de discernimiento?  ¿Cultivo la empatía?  ¿Qué es lo bueno, lo justo y lo verdadero para mí?


CARTA DEL VATICANO.
CARTA DEL VATICANO
MERCEDES NASARRE RAMÓN, psiquiatra.
HUESCA.
ECLESALIA, 28/10/13.- Me ha sucedido algo curioso este mes y paso a contarlo: Por una casualidad, en una cena de amigos, en julio, un Jesuita nos dijo que iba a tener una audiencia Papal múltiple en Roma. Sin pensarlo mucho le comenté la posibilidad de entregarle al Papa los dos libros que he escrito, “Un psiquiatra se pone a rezar”, sobre espiritualidad y silencio y “Yo también estaré contigo cuando llores”, sobre el renacer de una crisis. Aceptó la propuesta y así lo hizo. Pronto me olvidé del asunto y cuál sería mi sorpresa cuando hace pocos días, recibo una carta de la Secretaría de Estado del Vaticano, con unas palabras del Santo Padre y una foto de él, firmada personalmente como Francesco.
Lo que tiene importancia para mí es la comprobación de su cercanía. Francisco ha vuelto humano el rostro de la Iglesia. Su mensaje social está resonando con fuerza.
Comparto con vosotros algunas palabras hermosas que me dice: “La animo a seguir trasmitiendo con humilde convicción la belleza de la Fe y la grandeza del Amor de Dios “.
La primera frase es “humilde convicción”. Se me ocurre que la humildad no hace comparaciones, no condena, no critica, no juzga. ¿Por qué será que continuamente hacemos juicios condenatorios sobre las demás personas? ¿No será que cuando no nos conocemos a nosotros mismos, con nuestros errores y defectos, nos fijamos en las faltas de los demás? La humildad siempre es valentía para aceptar nuestra verdadera realidad.
La palabra convicción habla de lo que para nosotros es cierto, del objetivo profundo de todo lo que hacemos. ¿Nos hemos preguntado por qué pensamos lo que pensamos y sentimos lo que sentimos? La convicción es una apuesta vital, un sentido de vida.
La segunda frase es “la belleza de la Fe”. Hay un patrimonio humano, de sabiduría perenne, en la noción misma de lo que significa humanidad. Es la acción del ser humano lo que humaniza el mundo, gracias a su razón ética. ¿Hemos pensado al servicio de qué está nuestra propia razón? ¿Está al servicio de nuestras pasiones, de nuestra ideología, de nuestros prejuicios?
Para mí la cuestión de la Fe, que significa confianza, es algo similar a la inocencia. Es como volver a ver las cosas por primera vez. Durante años ha habido mucha religión y poca Fe. La espiritualidad vivida nos lleva a un horizonte más amplio y más libre. Es vivencia del confiar. No hay pretensión de cambiar el mundo, eso puede ser muy destructivo. Sólo hay un confiar profundo en que nos sostiene un Espíritu de Amor.
La tercera frase es “la grandeza del Amor de Dios”. A los no creyentes podríamos decir lo mismo que a los creyentes: El amor es el elemento más importante de nuestra vida. Confiemos en el amor que otras personas suscitan en nosotros. Confiemos en el amor que sentimos por otros seres humanos. Por muy contaminado que esté de posesión, de apego, de celos o de dominación, siempre hay un aspecto más sutil, más espiritual y más desinteresado. Si profundizamos encontraremos en nosotros una única fuente, porque Dios es amor. Y eso es mucho más grande que cualquiera de nosotros, porque el Amor nos excede siempre.
 (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Mercedes Nasarre, José Luis Añaños, y José Borrel en la feria del libro de Huesca.


SONREIR. 

              Creo profundamente que las personas más desdichadas son las que no tienen alegría y amor en su corazón.  Conozco personas  ignorantes, indigentes, e incluso enfermas, que no son tan infelices como las que no sienten amor en su interior.

              A menudo les digo a las personas que me visitan que es necesario recuperar una cultura de amor interhumano.  Una cultura de la delicadeza, de las formas y del amor desinteresado.  Necesitamos aprender a ser sensibles para relacionarnos con los demás, sin ningún afán de posesión, de interés o de compensación.

              Podemos, por ejemplo, cruzar fronteras y sonreír más a la gente con la que nos encontramos a diario.  Esto despierta siempre la alegría, no sólo la de los otros, sino también la nuestra.  No recuerdo quien decía que una sonrisa es la distancia más corta entre los seres humanos.  Se borran las diferencias y enseguida hay una relación de persona a persona.

              Cualquier ser humano distingue bien la sonrisa que no establece relación, que no abre el corazón y que es sólo fachada y fruto de otro interés.

              La sonrisa que sale del corazón invita a la apertura, a la intimidad, al juego.  Puedo decir que sonreír establece de inmediato la aceptación y la comprensión entre las personas.

              Estos días he gozado del placer de sonreír a mi nieto de cinco meses, de intercambiarnos las risas y de contemplar como el amor desinteresado es el gran valor humano.


              ¿Qué irradio yo en mi entorno?  Esta es la pregunta que podemos hacernos.  El sentido de la vida no es conseguir grandes cosas, sino ser fecundos en humanidad. 




FELIZ DESCANSO.

              Me encuentro a menudo con personas cansadas,  yo misma, en ocasiones, me siento así.  Opino que debemos tomar en serio estos estados cuando aparecen porque, la mayoría de las veces, indican que hemos sobrepasado nuestros límites o que hemos vivido unilateralmente.

              Si vemos la cara del cansancio, quizá nos volveremos más humildes y podremos reconocer nuestras limitaciones.  Si no, es posible que aparezca el estrés e incluso la desgana de vivir.

              Las causas físicas del cansancio son numerosas: carencias de nutrientes, infecciones, tumores, problemas endocrinos…  Exceso de grasas, sedentarismo, falta de ejercicio.  Falta de sueño, hábitos tóxicos etc.
         
              Las causas psíquicas (independientemente de los trastornos mentales) son más difíciles de ver.  Voy a mostrar alguna de ellas:
             
              Hay personas perfeccionistas y su manera de funcionar, tan impecable y detallista, genera un gasto enorme de energía.  Su exceso de control les lleva a la obsesión y a veces al estancamiento.

              Otras personas sienten presión ante cualquier tipo de autoridad, interpretando como coacción cualquier mensaje del otro, o se sienten examinadas ante cualquier trabajo o exposición pública y esto les agota.

              A veces hay grandes cargas emocionales o conflictos de la vida, o vínculos difíciles que fatigan y quitan la energía.

              En ocasiones, son las falsas imágenes de nosotros mismos, con pretensiones poco realistas, lo que nos hace vivir en una situación que malgasta nuestra energía.  No escuchamos nuestro propio ritmo interior, incluso vamos en contra de nuestros propios biorritmos.  Podemos decir que no nos respetamos a nosotros mismos, en definitiva, que no nos queremos bien.

              A veces, es todo lo contrario, puede haber personas que  giran demasiado alrededor de sí mismas y de su propia comodidad.  Todo lo invierten en sí mismas.  Las vidas estériles producen casi siempre hastío de vivir.   Amar a los otros y amarse a uno mismo se entremezclan.  No es fácil ese equilibrio.

              Puede haber causas globales y coyunturales en las que la identidad personal se ve infravalorada (trabajos inhumanos, poco motivados, paro etc.)   También hay personas conformadas, sobreadaptadas, resignadas, pasivas, que no deciden, que no le ponen pasión al hecho de vivir y que en realidad no han conectado con el fondo profundo de sí mismas.  Este tipo de personas suelen estar siempre agotadas, pues han perdido de vista sus anhelos y sueños profundos.

              Te animo a que estudies tu propio cansancio y te hagas las preguntas necesarias acerca de sus causas profundas.  Tal vez entonces, encuentres una vía para seguir avanzando en tu propio autoconocimiento.



AUTO OBSERVACIÓN. 

                Creo que no conozco a ninguna persona que no desee mejorar su vida. Este es un planteamiento universal, que se manifiesta en cualquier lugar o tiempo de la historia humana y que se nombra en todos los caminos espirituales, filosofías seculares y en cualquier trabajo psicológico o sociológico.
                La razón de esto es fácil de ver. Debido a la insatisfacción o infelicidad que hay en nuestras vidas, la mayoría de nosotros, tarde o temprano, buscamos respuestas a preguntas o inquietudes fundamentales.
                Hay un místico del siglo XIV, Maister Eckhart, que decía que toda la naturaleza busca y desea la experiencia de ser como Dios, de alcanzar la Unidad con todo lo que existe. Para poder sentir la plenitud de esta experiencia de Dios (que es Amor) uno debe conocerse a sí mismo, pues nadie puede acceder a ese fondo último sin antes conocerse a sí mismo. Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz, expresaban también este tipo de ideas.
                Pues bien, os propongo un pequeño ejercicio: Recuerda un área de tu vida en la que tengas problemas o conflictos, o simplemente estés insatisfecho. Ahora explora cuánto de orgullo, terquedad (voluntarismo) o miedo (sobre todo miedo)  hay en esa área de tu vida.
                Es posible que no seas consciente más que de uno o dos de ellos, pero casi siempre los tres están en juego. De estos tres defectos, que además se conectan entre sí, surgen a menudo todos los problemas individuales.
                La mayoría de las veces, en nuestras reacciones internas desagradables hay un elemento de miedo implicado. Miedo de que mi voluntad se frustre, miedo de que mi orgullo sea herido…Lo opuesto del miedo siempre es el amor. Y el amor no es posesión , es donación.

                Es suficiente con este pequeño trabajo para observarse a diario. Cualquiera puede hacerlo si vence la pereza, que no es otra cosa que el estancamiento en la toxicidad de nuestros miedos.



Yo también estaré contigo cuando llores.


LA ESPIRITUALIDAD ES UN COMPROMISO. 
               Vivimos en un momento convulso y a pesar del secularismo creciente de nuestra sociedad, nos encontramos con un creciente y difuso interés por todo lo relacionado con lo espiritual.

               En la época anterior primó un pensamiento materialista y un ateismo radical, negándose cualquier camino que no fuera el puramente racional para el conocimiento.  Se defendió la muerte de Díos, pero está claro que en el corazón humano sigue latiendo el deseo de trascendencia.  La cuestión espiritual ha vuelto a primer plano.

               Aparecen temas de espiritualidad en libros, revistas, editoriales ,  incluso hay un supermercado espiritual para encontrar el bienestar psicológico.  La gente busca emociones espirituales y proliferan muchos caminos falsos en la industria espiritual.  Hay una indigestión de esoterismo, dietas, ejercicios físicos, autoconocimiento con drogas, nuevos modos de experiencia… con el fin, se supone, de alcanzar la realización espiritual.  También en mi profesión, la psicoterapia, está de moda la psicología transpersonal y otro tipo de terapias que abordan los límites de la identidad humana.

               Hay páginas web de todo tipo, movimientos y grupos de autoayuda que hablan de lo espiritual.  Hay gurús del crecimiento personal, sanación y autocuración por todas partes.

               Hay tanta sed de espiritualidad, tanta variedad de propuestas y concepciones de vida, que a veces se hace muy difícil el discernimiento. 

               Está claro que la sola satisfacción de las necesidades materiales, emocionales e intelectuales no basta para  sustentar a la gente de un modo profundo.  Por eso, tarde o temprano, la mayoría de las personas buscarán caminos espirituales en la vida, ya sea a través de tradiciones religiosas, filosofías o modos de vida naturales.

               Sólo quiero apuntar una idea: está bien que la espiritualidad no haga referencia a lo religioso, pues puede haber una espiritualidad laica o incluso atea.  Pero si solamente hace referencia al individuo y se entiende sólo como goce, felicidad y autorrealización, no va a servir de mucho.  La espiritualidad sólo puede desarrollarse en un COMPROMISO profundo con un camino que cambia y que hace renacer.  Es una práctica que compromete y que nos abre a la relación y al servicio de todos los que nos rodean.  No puede quedarse solamente en emoción o en sensaciones nuevas.
                                            

Para leer más artículos de Mercedes Nasarre en la página:
www.unpsiquiatraseponearezar.es

Mercedes Nasarre autora del libro:





EL SEGUNDO NACIMIENTO.
El nacimiento espiritual es una necesidad. Estamos abocados a ello, no hay otra elección si queremos la verdadera felicidad.

Es lo que se ha llamado el segundo nacimiento. Cuando se estudian diferentes tradiciones espirituales, todas coinciden en afirmar esa experiencia íntima y transpersonal en la que aflora el yo profundo.

En la primera mitad de la vida hay una fuerza centrífuga que empieza ya en la concepción de la persona misma. Uno crece, se expande, se realiza en el mundo, y toda la ocupación y preocupación está en el hacer propio.

Pero llega un momento, no sé precisar cómo ni cuándo, pero suele coincidir con la mitad de la vida, en que uno empieza a mirar hacia dentro, la búsqueda de la felicidad ya no puede hacerse fuera. Es la fuerza centrípeta la que predomina. El objetivo entonces es alcanzar el propio fondo. (“El fondo del alma” que decían los místicos alemanes del siglo XIII).

Creo que en todo ser humano existe un espacio de silencio y de paz. Pero estamos separados de él. Nuestra “maraña psíquica”, hecha de preocupaciones, deseos, conflictos, aflicciones… es como una capa gruesa que nos impide el acceso a ese centro nuestro donde habita EL AMOR.

Ese fondo no se alcanza con el esfuerzo, ni con el hacer, se alcanza con el abandonarse. Es la entrega de sí lo que cuenta.
Esto, que dicho así parece tan fácil, no lo es en absoluto. Esta necesidad del segundo nacimiento, que se manifiesta como una crisis, nos coloca en la exigencia del autoconocimiento.

Sólo se puede avanzar si se acepta frente a uno mismo la propia vida. Y esto no es nada fácil, estamos inmersos en la imagen que de nosotros ha hecho la ambición, o en las imágenes que otros nos han impuesto.

Lo que somos en lo más profundo suele ser pequeño y grande a la vez. No es fácil de ver.

El camino del conocimiento de uno mismo siempre es doloroso, porque se descubre que en el interior hay oscuridad, maldad, falsedad, cobardía… Por eso uno lo rehuye. Y además, uno condena a los otros, al mundo, en vez de ver “la viga” en los propios ojos.

El autoconocimiento, en ocasiones, es desagradable. Nos quita las máscaras y nos deja desnudos. Pero sólo en esa desnudez y en esa nada es posible la verdadera transformación. Mi experiencia es que no sucede por las solas fuerzas de uno mismo. Hay algo misterioso en ello, que no se puede explicar. Sólo se puede vivir.

Junto con el autoconocimieto hay otro asunto igual de importante: la serenidad. No olvidemos que el 2º nacimiento o nacimiento espiritual suele darse a partir de la mitad de la vida.

Cada edad tiene unos cometidos, unas dificultades y unos goces. Este es el tiempo de la aceptación de las limitaciones, de no huir. Y de entender que confiar plenamente no es la autosuficiencia, sino la entrega confiada a Algo amoroso que tampoco se puede explicar, sólo puede vivirse. A través de la meditación o de la oración se entra en un espacio de silencio dónde habita la Paz, el Amor (eso que llamamos El Espíritu de Dios o la Realidad Última).

El nacimiento espiritual se desarrolla como una conciencia nueva. Es como una luz interior que anula la oscuridad. Como una fuente de amor que hace que nunca te sientas sólo aún en las situaciones más extremas. Como una alegría extraordinaria de saberse conectado con todo y con todos.

Me viene a la cabeza ese pasaje del Nuevo Testamento donde Nicodemo reconoce a Cristo como maestro, y éste le dice: “En verdad te digo que si uno no fuera engendrado de nuevo, no puede ver el reino de Díos”

Responde Nicodemo:

“¿Cómo puede un hombre nacer si ya es viejo?

¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?”… (Jn, 3, I - 16)
. . . .

El que finalmente encuentra, es que ha estado buscando, aunque no haya sido consciente de todo ello, Lo innombrable, lo inefable, se hace paso en nosotros. Solo tenemos que tener cuidado de no cerrar la puerta de nuestro corazón.


PSIQUIATRÍA: ¿MEDICINA DEL ALMA? (2). 
Nuestra cultura ha endiosado el concepto de progreso y se huye del dolor y la debilidad, del envejecimiento y de la muerte. Así que al no asumir esta realidad de la debilidad humana y pensar en eliminarla por la vía rápida todo se deshumaniza. Porque la verdadera humanidad es compromiso, solidaridad y entrega. Si no hay debilidad, no hay ejercicio del amor, porque es la debilidad del otro lo que nos da la posibilidad de crecer en humanidad.

Tampoco se tolera la frustración ni la crítica saludable. Se ha olvidado que el arte de vivir es el arte de convivir. Como consecuencia e inducido cultural y socialmente, ha aumentado la fragilidad psicológica en los individuos.

Hay trastornos mentales dependientes directamente de nuestra cultura: trastornos de ansiedad (uno de los dramas actuales es la pérdida de la vida interior, se vive con prisa, con ruido y sin cultivo de la interioridad). Trastornos de la alimentación (culto a la imagen y vacío interior). Depresiones. Adicciones de todo tipo y farmacodependencias. Trastornos funcionales. Trastornos de personalidad.

Muchas patologías son asuntos que tienen que ver con el amor y con los vínculos. La dificultad para sentir amor (a uno mismo y a los otros) nos enferma. La vida es un itinerario hacia la profundidad, que es una experiencia profunda de amor y de conocimiento. En este itinerario podemos perdernos a menudo.

El amor es apertura, es confianza, entrega y unión. Las dificultades en el crecimiento de la persona en general, son dificultades en sus vínculos, porque nos hacemos en las relaciones con los otros. Desde el inicio hasta el fin. Lo que pasa en estos vínculos de amor es lo que marca nuestra vida.

Si en el quehacer psiquiátrico se abandona la acogida, la escucha, la comprensión y el acompañamiento, difícilmente ayudaremos a la persona a encontrar la verdad de su interior.

Cualquier terapia tiene que ayudar a aumentar la autoconciencia de los pacientes y no a suprimir de un modo rápido y engañoso sus dificultades.
Mercedes Nasarre Ramón. Psiquiatra. Autora del libro "Un psiquiatra se pone a rezar".





PSIQUIATRIA: ¿MEDICINA DEL ALMA? (1).
El sentido etimológico de la palabra Psique se corresponde con la esencia intangible de la vida. Paradójicamente, hoy se restringe el conocimiento de la Psique, sólo al enfoque químico y fisiológico del cerebro. Se tratan los sucesos mentales como algo ajeno a la experiencia propia y única de cada persona.

No olvidemos que al estudiar la mente de una persona, se requiere para que funcione además de la salud física y la integridad del cerebro y el sistema nervioso, una personalidad adecuada, unos vínculos parentales saneados, una influencia formativa de la cultura y una calidad y amplitud de las experiencias personales.

Excepto en las patologías graves, que son constantes y estables culturalmente, es decir, que se presentan con una prevalencia y clínica similar, hoy en día, la psiquiatría se ha convertido en una metodología para diagnosticar trastornos (actualmente 374 tipos). Así, cualquier persona que consulta a un Psiquiatra es incluida en la casilla que le corresponde y se le recetan dos o tres psicofármacos. Medicación, que en ocasiones, es el resultado de unos mecanismos de investigación financiados por las mismas empresas que los comercializan.

El paciente trae su trastorno y el Psiquiatra habitualmente le da la esperanza de superarlo por medios rápidos y poco trabajosos. Poco a poco se ha ido aceptando la falacia de una solución fácil y medicamentosa a los trastornos mentales.

Todo problema emocional o espiritual se considera enfermedad, se ha medicalizado la vida, se trata la infelicidad. Se deshumaniza a la persona, pues muchas veces no se observa a un sujeto, se observa una enfermedad. Se priva a las personas de participar activamente en su tratamiento, lo que perpetúa el trastorno. Se le da un carácter de estado a algo que puede ser solamente un proceso.

Unos pequeños datos: 100 millones de personas toman psicofármacos. Casi el 15% de la población occidental es diagnosticada en alguna ocasión de depresión. 17 millones de estudiantes con tratamientos psicofarmacológicos (déficit de atención, hiperactividad, depresión, adicciones, trastornos de alimentación, de personalidad…)

Dos de las mayores multinacionales farmacéuticas han sido multadas en EEUU con 2.300 y 3.000 Millones de dólares por promocional de manera ilegal psicofármacos especialmente para niños y jóvenes, batiendo record de multas en acuerdo judicial por fraude en el sistema de salud.

¿Qué está pasando?

Mercedes Nasarre Ramón. Psiquiatra. Autora del libro "Un psiquiatra se pone a rezar".



INTERIORIDAD. 

Vivimos en una cultura abocada a la acción y a la producción, lo que nos ha conducido a fijar la atención en el exterior.

Así que cuando hablamos de la vida interior, ¿qué queremos decir?

Para muchas personas, la vida interior consiste en lograr cierta tranquilidad interna, aislarse de los problemas de su vida… o sea, para muchos, la vida interior es como una técnica para conseguir un mayor equilibrio de su personalidad. Nada más.

Para otros, vida interior significa algo de índole religioso. Armonizarse con esa fuerza superior (Dios, la Energía, el Uno…). Dirigirse a eso superior.

Para otras personas, la interioridad aún tiene otro sentido: se trata de ver lo que ocurre dentro, desenmarañar todos los nudos, condicionamientos, ideas, costumbres, historias… y llegar a la identidad última, al fondo del ser. Más allá de todas los programas mentales.

Se descubren cosas muy interesantes cuando se realiza un trabajo interior, pero lo fundamental es que todo lo que nos ocurre, todas las circunstancias y confusiones de nuestra vida no son más que fruto de la confusión o contradicción que hay en nuestro propio interior. La vertiente interior, o subjetiva, y la vertiente exterior, u objetiva, son dos aspectos de la misma cosa. Así que en la medida que en nuestro interior haya un foco luminoso, positivo, todo nuestro alrededor se irá convirtiendo en algo positivo, en algo amoroso.

Y, ¿qué necesitamos para eso? Sólo Humildad y Silencio.

Exterioridad e interioridad son los dos planos de la condición humana, pues el ser humano es capaz del doble movimiento, hacia los adentros y hacia el afuera.

La cultura actual entraña una gran dificultad para vivir desde dentro, en reposo profundo.

Hay muchas posibilidades de moverse, estímulos de todo tipo en una sociedad plural. Nuevas técnicas y cantidades ingentes de información… pero al mismo tiempo, cada vez hay más personas llenas de estrés, dispersas; personas nerviosas que viven fuera de sí, o personas evadidas y superficiales. O personas insatisfechas y vacías con la boca siempre abierta para tragar o consumir cualquier cosa. Por no hablar de la depresión, el mal de este siglo…Ruido y prisa, ese es el escenario habitual.

Es necesario vivir desde el fondo de nosotros, desde el silencio. Cada uno, según su modo de ser y las circunstancias de su vida, debe encontrar la soledad que necesita para tocar esa dimensión, ese fondo del alma, que es el fondo de todos nosotros. El fondo de todas las cosas.

Y ¿cómo hacer silencio dentro de nosotros?
Porque en el exterior no es muy difícil pero dentro…encontramos una mente en conversación constante, que va de un pensamiento o emoción al siguiente, que no para de moverse. Buscamos la paz, pero sin darnos cuenta, entramos en un círculo interminable de deseos, follones…etc. que nos alejan cada vez más de nuestro ansiado sosiego.

Os invito ahora a llevar a cabo un pequeño ejercicio de centramiento:
Cierra los ojos y presta atención a tu cuerpo. Acomódalo para poder permanecer quieto durante un rato. Siente, no imagines, siente tu cuerpo. Siente su peso…siente como ese peso descansa en el respaldo y el asiento que lo sostiene. Siente la columna y las caderas. Siente las piernas, los pies. Siente el peso de tu cabeza…desplázala lentamente hacia delante, hacia un lado, hacia el otro, y haz todos los ajustes que quieras hasta que su peso repose naturalmente.
Siente la musculatura del rostro…y aflójala…siente la musculatura del cuello y de la nuca y aflójalas…siente ahora el pecho y ablanda toda esa coraza. Descuelga el peso de los hombros. Déjate estar y permanecer quieto…
Presta ahora atención a la respiración…observa su vaivén, que funciona por sí solo. Con cada espiración deja que salga toda la tensión y contrae tu vientre para que salga toda. Luego deja que la inspiración sea libre, amplía desde abajo, desde más abajo del ombligo, en lo profundo. Que se expanda todo, el vientre, el pecho, los costados, las clavículas…Siente esta marea, este movimiento de la vida, siente que no es preciso hacer nada para ser, siente la simple sensación de ser…

Toda la atención mental en esta sensación de la respiración. Cabeza, corazón y cuerpo unidos. El ser respirando…quieto, sosegado…y silencioso…en este inmenso espacio en el que todo emerge…las sensaciones corporales, las emociones, los pensamientos… déjalos pasar…y sin reaccionar a ellos, acaban desapareciendo…como las nubes que pasan por el cielo.

Aquí estás…sin hacer nada…sin esfuerzo, nada que ser…silenciosamente presente…Aquí y ahora…en la Presencia que todo lo impregna…Ya estás en tu sitio…El Silencio hecho Presencia. El Silencio, de donde surge todo (o acaso existiría la música sin el silencio? )

Tan fácil como que todos los días dedicáramos quince minutos a sentir el Silencio. Tan fácil como prestar atención profunda a todo lo que nos pasa dentro. Sin juicios, con amor y con infinita paciencia. Tan fácil como respirar. 

Dra. Mercedes Nasarre Ramón
Psiquiatra y Terapeuta
Se permite la reproducción de este artículo indicando la procedencia




ESPIRITUALIDAD Y DEPRESIÓN.

Hay momentos en los que la vida te desnuda de repente, la fragilidad y la indefensión emergen, todo desaparece y nuestro mundo se queda completamente vacío. Solo existe el silencio frío, cargado de inquietud y angustia que nos recuerda una y otra vez la pequeñez de nuestra existencia. Después el miedo toma posesión de nosotros, nos encoge, nos esclaviza, nos agita, nos desanima, nos paraliza.

Pero no importa haberlo pasado mal. La última libertad humana, la libertad esencial, esa que nada ni nadie nos puede arrebatar, es la de elegir nuestra actitud ante cualquier circunstancia. En última instancia, el ser humano se determina a sí mismo, no se limita a existir. Siempre puede decidir cómo será su existencia.

¿Qué es lo que nos sostiene ante lo aparentemente imposible de superar? Creo firmemente que la esencia y la salvación de la persona está en el amor y a través del amor.

El amor a un ser amado, el amor a la familia, el amor a los amigos, el amor a una tarea, el amor a los necesitados, el amor a la vida por encima de todo, el amor al conocimiento, el amor de Dios para la persona creyente…Y digo “ de Dios” porque sabemos que somos sostenidos, perdonados y amados gratuitamente.

En Psiquiatría, como en medicina, impera un pensamiento chato, materialista. Hasta hace pocos años se creía que nuestro cerebro tenía estructuras inamovibles. Ahora, recientes investigaciones demuestran lo contrario. El triángulo genes-cuerpo-mente es interdependiente y cada parte influye y depende de las otras. La materia viva es flexible y con capacidad de transformación. Cambiando nuestros pensamientos no solo se cambia la química cerebral, sino la propia estructura del cerebro: se desconectan antiguas conexiones neuronales y se crean otras nuevas. La biología puede responder al poder de la mente.

El depresivo ha perdido el sentido de su vivir. A veces ha habido agotamiento extremo; otras, una reacción anormal ante acontecimientos de la vida. En otras ocasiones existe enfermedad genética y cerebral. Y, a veces, una personalidad negativa que capta la realidad de forma muy sesgada.

La práctica espiritual puede conducir a sanar la actitud depresiva y a aceptar la enfermedad. Por supuesto que los psicofármacos aumentan las endorfinas. Pero los afectos, los paseos, el sol, la belleza o la vivencia de lo sagrado las aumentan mucho más.

Toda crisis es una etapa de oportunidad de cambio. Para reflexionar, meditar y tratar de encontrar el mensaje oculto que nos brinda la vida en esta situación.

Siempre hemos de hacernos esta pregunta: si de esta situación pudiera aprender algo positivo, que me hiciera crecer como persona, ¿qué sería?

La espiritualidad no es un atajo. No elimina la depresión. Pero puede enfrentarnos a ella y a nuestra actitud. Porque la verdadera espiritualidad es atreverse a transitar por la propia interioridad y dejarnos “tocar” allí precisamente. En ese lugar íntimo donde nos hemos encogido.

Mercedes Nasarre. (unpsiquiatraseponearezar.es)