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domingo, 20 de diciembre de 2015

MERCEDES NASARRE PRESENTA SU LIBRO "UN MONJE SE CONFIESA" EN HUESCA. ACOMPAÑADA DE JAVIER GARCÍA ANTÓN Y JESÚS MARI ALEMANY

TEXTO DE LA PRESENTACIÓN DE JAVIER GARCÍA ANTÓN

Después de poner al psiquiatra a rezar como vínculo de unión de los seres humanos a través de la espiritualidad, y de estar contigo cuando llores para la reparación de la intimidad herida, la espléndida trilogía de Mercedes Nasarre Ramón se completa con “Un monje se confiesa”. Con un hilo argumental sutil, virtuoso, sugerente y magnético, “Un monje se confiesa” se desliza suave y delicadamente por lo íntimo y por la exteriorización, por el silencio y por la palabra, por la búsqueda de Dios que no es posible si el interior se halla en un estado de excitación que imposibilita la clarividencia de cuanto forma parte de nuestra esencia. “Sois un cántaro vacío. Si uno lo llena de serpientes, lagartijas y escorpiones y, una vez lleno, lo tapa, ¿no morirán todos los reptiles? Y si abrís el cántaro, ¿no saldrán de él todas esas criaturas y picarán a las personas? Exactamente lo mismo ocurre con el ser humano. Si vigila su lengua y mantiene cerrada su boca, todos los animales permanecerán abajo. Pero si deja que su boca se ponga a trabajar y a hablar, los animales salen y pican al hermano, y entonces el Señor se enfada con él”. Es una de las citas maravillosas de esta obra, de los padres del desierto de los siglos IV y V, que ilustran una relación amorosa que alcanza unos matices y unos umbrales insospechados, tanto que no existe otra opción para descubrirlos que una lectura sosegada, lenta y deliciosa. Ese es uno de los grandes atractivos de esta novela cuya profundidad conceptual bien pudiera transgredir el género narrativo para asemejar, por momentos, un prolijo compendio filosófico. “El demonio del orgullo es aquel que conduce a la caída más grave. Nos persuade a no reconocer la ayuda que procede de Dios y a creer, por el contrario, que somos los causantes de las buenas obras, jactándonos ante los demás y teniéndolos a todos por idiotas. Siempre acompañan a este demonio la cólera y después la tristeza, y, como último mal, la alienación del intelecto”. Son palabras de Evagrio Póntico, otro asceta del siglo IV con el que el protagonista y narrador, el monje que se confiesa, busca que su interlocutora, llegada desde el mundanal ruido al recogimiento monástico, derrumbe por sí misma su resistencia a la introspección, al análisis de la vida propia, a la responsabilización en el timón del destino y a la rectificación del rumbo si éste le encamina hacia un vacío existencial y relacional con lo más cercano, su entorno familiar, y lo más remoto. De ahí que el monje proclame que la meta de nuestra vida es abrirnos a la realidad que existe más allá de nuestro pequeño yo. En puridad, la peripecia vital que se abre con la convivencia novedosa y controvertida en un espacio llamado a la clausura con prójimos llegados desde el exterior, 2 con personalidades además tan significadas que bien pudieran alumbrar un universo de motivaciones, de creencias y de incredulidades, desata un escenario en el que las tensiones abrazan toda su expresión, desde la más íntima a la más física, desde la discusión acre hasta la agresión, pasando por estadios de sutiles diálogos y de prolongados silencios, de escuchas de los sentidos de la naturaleza y de cerrazón ante los argumentos devenidos de la reflexión. No en vano, los perfiles de los interlocutores en torno al silencio, a la palabra y a la oración, están diseñados de forma clarividente. El psiquiatra que se entrega a la vida contemplativa y que acaba desvelando la revelación divina, luminosa, dulce, que le convence de que la Resurrección no es una vuelta de la muerte, sino un tipo de vida en la que la muerte ya no existe. El periodista que se aferra a la única existencia de cuanto los sentidos exteriores permiten percibir. La amante insatisfecha y madre fracasada que busca respuestas a la vacuidad de sus derroteros vivenciales. El doctor en busca de caminos, abierto a las edificantes argumentaciones de los hermanos. El desdichado escéptico tentado por la violencia como método de rechazo a la serenidad que busca ganar terreno a su tormenta emocional. El propio narrador, monje venido de la frustración que en actitud defensiva rechaza toda flexibilidad y todo contacto con el exterior aferrándose al imperio de la Regla de la orden monástica. Y sus compañeros, armónicamente integrados en el orden establecido desde tiempos pretéritos a los actuales, que han demandado una mayor apertura por la atracción que suscitan al exterior y por la necesidad hecha virtud de sostener el monasterio. La novela maneja sus propios ritmos, como si la autora hubiera elegido en algunos de sus momentos variar el rumbo predefinido en la idea original. Los conceptos flotan y se arraigan, en una dialéctica y una lógica que se adecua al hilo de los aconteceres, enmarcados en unos escenarios de una extraordinaria belleza en los que se suceden los miedos, el dolor, la rabia, la incomprensión, el orgullo, el conocimiento, la confianza, los sentimientos, la fe, la palabra y el silencio, lo trascendental y lo accesorio, lo sustancial y lo superficial. Un orbe de ideas y de hechos de los que emerge la convicción de que, para iniciar cualquier búsqueda de lo trascendental, resulta imprescindible y perentorio entregarse a la delicada y valerosa actitud de sondear y cultivar nuestro interior. Y es, como esa gran luz que el protagonista relata que atravesó el corazón y se unió al silencio secreto del interior, un gran canto a la esperanza que bulle después de limpiar de impurezas nuestras propias existencias. La esperanza de que, a través del silencio y de la palabra, una comunicación 3 franca contribuya a entender la Fe, al que define como “ese oasis del corazón que permite seguir” por la senda efectiva del deseo del Bien. Un camino que depende de la capacidad de abrir nuestros brazos y nuestros sentidos a esas metas altas cuya edificación depende de cada uno de nosotros. En esa búsqueda de la verdad, queridos amigos, la autora nos entrega un relato delicioso y un estupendo ramillete de argumentos sobre los que reflexionar y mejorar. Despacio, porque nunca una gran obra ha sido el fruto de las prisas sino del amor por el detalle y por la elevación de las miras. Y paladeando cada episodio, cada escena, cada diálogo, cada pensamiento. Porque, como dice la autora, “no es para llegar al final, sino para recorrer el camino”. Muchas gracias, Mercedes, por esta lección y por esta incitación al conocimiento propio, a la empatía y a la virtud. Página 1 de 31 Después de poner al psiquiatra a rezar como vínculo de unión de los seres humanos a través de la espiritualidad, y de estar contigo cuando llores para la reparación de la intimidad herida, la espléndida trilogía de Mercedes Nasarre Ramón se completa con “Un monje se confiesa”. Con un hilo argumental sutil, virtuoso, sugerente y magnético, “Un monje se confiesa” se desliza suave y delicadamente por lo íntimo y por la exteriorización, por el silencio y por la palabra, por la búsqueda de Dios que no es posible si el interior se halla en un estado de excitación que imposibilita la clarividencia de cuanto forma parte de nuestra esencia. “Sois un cántaro vacío. Si uno lo llena de serpientes, lagartijas y escorpiones y, una vez lleno, lo tapa, ¿no morirán todos los reptiles? Y si abrís el cántaro, ¿no saldrán de él todas esas criaturas y picarán a las personas? Exactamente lo mismo ocurre con el ser humano. Si vigila su lengua y mantiene cerrada su boca, todos los animales permanecerán abajo. Pero si deja que su boca se ponga a trabajar y a hablar, los animales salen y pican al hermano, y entonces el Señor se enfada con él”. Es una de las citas maravillosas de esta obra, de los padres del desierto de los siglos IV y V, que ilustran una relación amorosa que alcanza unos matices y unos umbrales insospechados, tanto que no existe otra opción para descubrirlos que una lectura sosegada, lenta y deliciosa. Ese es uno de los grandes atractivos de esta novela cuya profundidad conceptual bien pudiera transgredir el género narrativo para asemejar, por momentos, un prolijo compendio filosófico. “El demonio del orgullo es aquel que conduce a la caída más grave. Nos persuade a no reconocer la ayuda que procede de Dios y a creer, por el contrario, que somos los causantes de las buenas obras, jactándonos ante los demás y teniéndolos a todos por idiotas. Siempre acompañan a este demonio la cólera y después la tristeza, y, como último mal, la alienación del intelecto”. Son palabras de Evagrio Póntico, otro asceta del siglo IV con el que el protagonista y narrador, el monje que se confiesa, busca que su interlocutora, llegada desde el mundanal ruido al recogimiento monástico, derrumbe por sí misma su resistencia a la introspección, al análisis de la vida propia, a la responsabilización en el timón del destino y a la rectificación del rumbo si éste le encamina hacia un vacío existencial y relacional con lo más cercano, su entorno familiar, y lo más remoto. De ahí que el monje proclame que la meta de nuestra vida es abrirnos a la realidad que existe más allá de nuestro pequeño yo. En puridad, la peripecia vital que se abre con la convivencia novedosa y controvertida en un espacio llamado a la clausura con prójimos llegados desde el exterior, Página 2 de 32 con personalidades además tan significadas que bien pudieran alumbrar un universo de motivaciones, de creencias y de incredulidades, desata un escenario en el que las tensiones abrazan toda su expresión, desde la más íntima a la más física, desde la discusión acre hasta la agresión, pasando por estadios de sutiles diálogos y de prolongados silencios, de escuchas de los sentidos de la naturaleza y de cerrazón ante los argumentos devenidos de la reflexión. No en vano, los perfiles de los interlocutores en torno al silencio, a la palabra y a la oración, están diseñados de forma clarividente. El psiquiatra que se entrega a la vida contemplativa y que acaba desvelando la revelación divina, luminosa, dulce, que le convence de que la Resurrección no es una vuelta de la muerte, sino un tipo de vida en la que la muerte ya no existe. El periodista que se aferra a la única existencia de cuanto los sentidos exteriores permiten percibir. La amante insatisfecha y madre fracasada que busca respuestas a la vacuidad de sus derroteros vivenciales. El doctor en busca de caminos, abierto a las edificantes argumentaciones de los hermanos. El desdichado escéptico tentado por la violencia como método de rechazo a la serenidad que busca ganar terreno a su tormenta emocional. El propio narrador, monje venido de la frustración que en actitud defensiva rechaza toda flexibilidad y todo contacto con el exterior aferrándose al imperio de la Regla de la orden monástica. Y sus compañeros, armónicamente integrados en el orden establecido desde tiempos pretéritos a los actuales, que han demandado una mayor apertura por la atracción que suscitan al exterior y por la necesidad hecha virtud de sostener el monasterio. La novela maneja sus propios ritmos, como si la autora hubiera elegido en algunos de sus momentos variar el rumbo predefinido en la idea original. Los conceptos flotan y se arraigan, en una dialéctica y una lógica que se adecua al hilo de los aconteceres, enmarcados en unos escenarios de una extraordinaria belleza en los que se suceden los miedos, el dolor, la rabia, la incomprensión, el orgullo, el conocimiento, la confianza, los sentimientos, la fe, la palabra y el silencio, lo trascendental y lo accesorio, lo sustancial y lo superficial. Un orbe de ideas y de hechos de los que emerge la convicción de que, para iniciar cualquier búsqueda de lo trascendental, resulta imprescindible y perentorio entregarse a la delicada y valerosa actitud de sondear y cultivar nuestro interior. Y es, como esa gran luz que el protagonista relata que atravesó el corazón y se unió al silencio secreto del interior, un gran canto a la esperanza que bulle después de limpiar de impurezas nuestras propias existencias. La esperanza de que, a través del silencio y de la palabra, una comunicación Página 3 de 33 franca contribuya a entender la Fe, al que define como “ese oasis del corazón que permite seguir” por la senda efectiva del deseo del Bien. Un camino que depende de la capacidad de abrir nuestros brazos y nuestros sentidos a esas metas altas cuya edificación depende de cada uno de nosotros. En esa búsqueda de la verdad, queridos amigos, la autora nos entrega un relato delicioso y un estupendo ramillete de argumentos sobre los que reflexionar y mejorar. Despacio, porque nunca una gran obra ha sido el fruto de las prisas sino del amor por el detalle y por la elevación de las miras. Y paladeando cada episodio, cada escena, cada diálogo, cada pensamiento. Porque, como dice la autora, “no es para llegar al final, sino para recorrer el camino”. Muchas gracias, Mercedes, por esta lección y por esta incitación al conocimiento propio, a la empatía y a la virtud.






sábado, 19 de diciembre de 2015

I CONCURSO LOS ESTUDIANTES DE HUESCA ESCRIBEN. ENTREGADOS LOS PREMIOS, ALEJANDRA LATAS, ANA QUILEZ, LORENA RECIO, LUCÍA FERRER Y NADINE LATCO HAN SIDO LAS PREMIADAS.






Este libro te va a sorprender. No vas a
encontrarte en estas páginas el
nombre de un autor reconocido, la
historia que tal vez ya te han contado,
las sabias reflexiones de las que está
hecha la literatura. No te sonarán
nombres ni apellidos y estas páginas
no te traerán ninguna vieja historia
conocida.
Las historias que este libro recoge no
las han escrito genios ni sabios,
mujeres ni hombres de letras. Estas
historias han nacido de chicos que se
acuestan con los cascos puestos,
desayunan poco y con desgana y se
cepillan los dientes con fastidio. Estos
relatos han salido del bolígrafo y del
teclado de auténticos forofos del
deporte o de aquellos que aborrecen
la gimnasia. Son los que se levantan
todas las mañanas y van al instituto, y
vuelven con apuntes y tareas, y se
llevan mil veces la mano al bolsillo
para consultar el móvil. Son chicas y
chicos de la ciudad que dicen en voz
alta lo que nadie se había parado a
escuchar. Hasta ahora.
Porque ellos tienen sueños y se
imaginan cosas. Porque ellos creen
que las palabras pueden rasgar los
sentimientos y hacer que llueva en
medio de una página. Porque sienten
y disfrutan poniendo a tender sus
pensamientos. Porque todas esas
historias nacen de aquellas chicas, de
aquellos muchachos, de aquellos
estudiantes que entre clase y clase,
dedican un instante a descubrirse y a
crear un mundo hecho de ladrillos de
palabras.
Este es su libro y estas son sus
historias. Espero que te sorprendan…

EDITORIAL
PIRINEO

jueves, 17 de diciembre de 2015

PRESENTADO EL LIBRO "CÓMO TRATO DE LLEVAR MI VIDA" DE JOSÉ BORREL EN HUESCA





PREMIOS DEL "I CONCURSO LOS ESTUDIANTES DE HUESCA ESCRIBEN".





Huesca, 9 de diciembre 2015
 El jurado del “PRIMER CONCURSO LOS ESTUDIANTES DE HUESCA ESCRIBEN” formado por los profesores de lengua y literatura:
Lourdes Berges
 Carmen Nueno
 Olga Asensio
Miguel Gardeta
Mariano de Meer
 Han concedido los premios del concurso a los siguientes relatos:
ESO
Primer premio: “Cartas” Alejandra Latas Mallén IES Pirámide
Segundo premio: “Una noticia inesperada” Lorena Recio Cabrero IES Ramón y Cajal
“Te Recuerdo” Lucía Ferrer Duaso IES Sierra Guara
 Se ha decidido dar dos segundos premios en la ESO.
BACHILLER Primer premio: “El punto fijo” Ana Quilez Torres Santa Rosa-Altoaragón
Segundo premio: “Mis Miedos” Nadine Latco IES Sierra Guara
 Premios para el mejor relato de la ESO y Bachiller
Una tablet (premio Informática XERYO). 50 euros (premio CEOS). Cheque regalo de 50 euros (librerías Masdelibros y Santos Ochoa).

 Premio para el segundo mejor relato de la ESO y Bachiller.
50 euros (premio CEOS). Un lote de libros de montaña (premio editorial Pirineo). Un cheque regalos de 15 euros (premio de la papelería Romeo y Libreta).
Los premios se entregarán el día 19 de diciembre en la Fiesta de Navidad de 12 a 13 h.