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martes, 11 de diciembre de 2012

ARTÍCULO DE VICENTE CASASÚS GRANADA

                                        CRÍTICA DE LA CULTURA



 
NO HAY

La práctica cultural, el concepto mismo de lo que significa
cultura, está cayendo por una pendiente a la que todavía no le vemos
el final. Lo cierto es que la luz de su superficie se ha quedado muy
atrás y, de tan tenue, semeja a la de un candil si no la espabilamos.
En lugar de centrarnos en el cultivo (esta palabra es sinónimo
de cultura) de la mente y del espíritu, ese que se ha llamado
históricamente humanidades, ese que hacía de nuestros actos y maneras
una superación a mayores o mejores conocimientos sociales -y un juicio
crítico acentuadamente más hondo o al menos más sensible- está
desapareciendo de los programas de formación humana de nuestros
estudiantes para mi lamento y el de otros ilustres conscientes del
peligro. "Es como quitarle las raíces a una planta", afirma Rodríguez
Adrados, Premio Nacional de las Letras (Contra la deriva de las
humanidades, en el diario El País del 27 de noviembre)
Pronto nos vamos a encontrar con tullidos como referentes que
dicen que andan cuando ya solo cojean camino de la silla de
ruedas.Entre otros, ese soy yo. Un tullido, de veras. Un bárbaro
especialista en algo porque sé cada vez más de cada vez menos, porque
conozco el idioma de otros (quiero decir que chapurreo el inglés; el
mío también lo chapurreo) pero, como todos, estoy la mar de
satisfecho. Detrás hay un título académico de cultura utilitaria de
algo para hacer algo. ¿Hacia dónde voy o vamos? No lo sé, pero todos
vamos. Nos vamos y nos vemos en los masters más especializados de las
universidades para los de formación superior. Nos cultivamos como
elite ("Cultura" con mayúscula); somos los voceros y pensadores de la
moda, del glamour social, de las marcas a vestir, de los coches de
lujo, del look, de supuestos viajes congresuales transoceánicos, del
golf y del diseño y, últimamente, de gastronomía; hablamos poco de
economía y todavía menos de política y nada de ciencia, ética
profesional, hambre o necesidades. Nuestros autores favoritos son los
modistos, los cocineros michelín, algún piloto de carreras o
futbolista de equipo grande.
Con los medianos, la clase media cultural, nos vamos y nos vemos
en los cursillos de más de lo mismo a tutiplén, donde se difunde la
cultureja de departamentos oficiales y administraciones empresariales.
Allí hablamos y pensamos de negocios, bajas finanzas, de cine y
fútbol, de coches de marca, de viajes por Europa, de vacaciones en la
playa y, ¡cómo no!, de gastronomía. Esta artesanía apreciable ya tiene
la categoría de "Cultura" con mayúsculas.(Nos lo dicen los medios de
difusión cultural de gastronomía televisiva chorrocientas veces al
día).
¿Y los otros?, o sea, los casi todos. ¿Hacia dónde vamos y los
vemos? A hacer algo, a ocuparlos en la desocupación,a apartarlos de
la indigencia cultural, hacia la cultureta de taller, supongo; de
taller de actividades, de esas que llamamos culturales o formativas.
que humildemente lo son, que lo son y poco más. Estos otros, los más,
los casi todos aspiramos a imitar a los primeros y a los segundos.
Fotocopiamos sus costumbres culturales si podemos, cuando podemos y
cuanto podemos; a pesar de que tampoco venimos de la nada: poseemos
una cultura popular hecha de tradición, de espectadores de fútbol y
televisión, de cantantes de moda, de costumbres ancestrales en
dances, bailes y folclore; de ignorancia e injusticia; de gastronomia
doméstica y otras manifestaciones inocuas; también, de su parte más
cutre y sanguinaria: la que supone torturar, hacer sufrir y matar
animales en fiestas y festejos que no es una costumbre salvaje a
extinguir, ¡qué va!; si no lo sabíamos es cultura, ¡todo esto es la
Cultura, estúpido!
Soy, me reitero, un bárbaro cultural formado con tan mala
conciencia que no por menos decidí adquirir el rol de progresista.
este talante me llevó a integrarme en este grupo -en una época
abundante en el país- porque fue el más cultural de todos: una "raza"
transversal que ha tocado, desde la Transición, todos los ámbitos
culturales. Los conozco bien. He convivido mucho con los "`progres"
que es la fracción más radical de este entramado. No estaba mal. No
estuve mal. Pero, como siempre, se cuelan los indeseados, peor dicho:
los "enterados", los que llegaron después como socialistillos a la
cultura democrática por hacer, los que te pueden asimilar cultura con
culturismo. Estos, los más necios -lo he escuchado-, los que se han
mal leído de pasada una vez los Derechos Humanos, pueden llegar a
justificar la ablación del clítoris, costumbre bárbara de ciertas
sociedades tribales africanas, "como propio de su cultura que
nosotros, aquí y ahora, no debemos tolerar, pero que en su entorno se
ha de respetar" (sic). Están en este punto para deleite de la clase
dominante: en el "respeto" al quehacer de la etnias con retrasos
centenarios, al sortilegio de cualquier medicina o filosofía (todas
tienen que tener el marchamo de naturales y ecológicas) y otras
tolerancias y respetos más (no vienen a cuento ahora) que les dé
oxígeno porque en la nuestra se respira cada vez peor. De seguir así,
terminaremos por alcanzar la espiritualidad más rotunda siguiendo la
ruta cada año de los chamanes andinos.
Calma por mi parte. Esto solo es un desahogo. Corramos un
estúpiodo velo y cambiemos de tono. Además, me he ido por los cerros
de Úbeda y se me desconcierta lo que venía a decir. No quería escribir
sobre esto. Quería hablar de la cultura hecha por la palabra,
singularmente por la palabra escrita, por la Literatura que pronto
habrá que escribir con minúscula.
Vengo,a través de mi experiencia, de unas lecturas y de unas
concepciones en las que el escritor proyectaba sobre ti su talento
para que te penetraran dos cosas fundamentalmente: la emoción de la
obra bella, su estética artística, y el conjunto de valores
espirituales, morales, de experiencia que, como hijo de su tiempo,
atesoraba. El escritor era consciente de lo que tenía que decir.
Buscaba mejorar las cosas que describía o narraba y, por ende,
mejorarme y enseñarme. Notaba su influencia (Lo he percibido en
Dostoievski, Tolstoi, Durrell, Flaubert, Dickens; en Borges, en
Galdós, en Baroja y en tantos otros. Vista la escasa interioridad
moral y estética de los escritores de hoy tal sensación ha pasado a la
historia.
Dicho de otro modo: las palabras que traen a la superficie el
valor de lo que se piensa, de los se siente, han sido tan desgastadas,
tan esgrimidas en una monodia indecente que, como harapos literarios,
tan apenas cubren las vergüenzas de un usar y tirar cotidianos; lo que
duran en un lanzamiento publicitario; porque ahora ya lo sé: el
mercado necesita cantidad, no calidad. Ya no hay veinte años de vuelo,
una generación, para una obra maestra, ¡hay tan pocas! Hagamos un
éxito de ventas y cuanto antes se lea, o se hojeee, mejor; más rápido
se consume y dé paso a otro producto. El lector es, al fin al cabo, el
final de la cadena de consumo de este proceso de producción. ¡Qué
lejos queda ya la afirmación de Joyce que la Literatura verdadera es
aquella que exigía al lector que entregara su vida a la tarea de
leerla!
Las palabras escritas se venden a paso de oferta. Se observa en
política y en los medios de comunicación. Cuantas más dices, más
cantidad son y bastante mejor se venden, pero menos valen. Dudo mucho
que palabras frecuentes en boca de todos, que representan conceptos o
virtudes como democracia, participación, civismo, honradez pública y
un largo etcétera, tengan el mismo sentido, comuniquen lo mismo al
conjunto de la sociedad. Lo digo porque el grado de
comunicación es bajo y dispar. No ha habido cultivo de los conceptos
que sustentan estas palabras. Me digo que no influyen, que se las ha
vaciado de contenido y de compromiso, y que cada uno se queda con lo
que que quiere lo cual, por formación ética y humanista, es poco. Con
el tiempo se convertirán en bagatela de tertulia, a un paso del
folclore social y político.
Las miro de cerca. Cuando se refugian en una lectura, van
untadas en cientos de títulos; nadie se interesa por ellas hasta tal
punto que sean una guía de cabecera para el lector, reconduzca su
sentir o sus hábitos, añada sensibilidad, esperanza o consuelo y buen
hacer a su vida. Son pura evasión. Solo se trata de divertir en el
caso del relato en general, o de distraer al personal intrigando un
poquito con los personajes y cuatro peripecias desarrolladas con
habilidad. No hay misterio verdadero, no hay Literartura profunda, y
no hay ni una sola lectura decisiva para cada hombre. No hay cultura.
Yo digo que no hay.

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