S
O N R
E í R
Creo profundamente que las personas más desdichadas son las que no
tienen alegría y amor en su corazón.
Conozco personas ignorantes,
indigentes, e incluso enfermas, que no son tan infelices como las que no
sienten amor en su interior.
A menudo les digo a las personas
que me visitan que es necesario recuperar una cultura de amor interhumano. Una cultura de la delicadeza, de las formas y
del amor desinteresado. Necesitamos
aprender a ser sensibles para relacionarnos con los demás, sin ningún afán de
posesión, de interés o de compensación.
Podemos, por ejemplo, cruzar
fronteras y sonreír más a la gente con la que nos encontramos a diario. Esto despierta siempre la alegría, no sólo la
de los otros, sino también la nuestra.
No recuerdo quien decía que una sonrisa es la distancia más corta entre
los seres humanos. Se borran las
diferencias y enseguida hay una relación de persona a persona.
Cualquier ser humano distingue
bien la sonrisa que no establece relación, que no abre el corazón y que es sólo
fachada y fruto de otro interés.
La sonrisa que sale del corazón
invita a la apertura, a la intimidad, al juego.
Puedo decir que sonreír establece de inmediato la aceptación y la
comprensión entre las personas.
Estos días he gozado del placer
de sonreír a mi nieto de cinco meses, de intercambiarnos las risas y de
contemplar como el amor desinteresado es el gran valor humano.
¿Qué irradio yo en mi
entorno? Esta es la pregunta que podemos
hacernos. El sentido de la vida no es
conseguir grandes cosas, sino ser fecundos en humanidad.
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