I N T I M I D A D
Si
tuviera hermosas palabras hablaría del misterio del amor. No sabemos bien qué es, pero sí sabemos
cuando está presente. Si amamos en
pasado, en realidad, estamos recordando y si amamos en futuro,
fantaseamos. El único lugar donde
encontramos el amor es en este momento presente, aquí y ahora, en nuestra
intimidad.
Esta
intimidad que nos conecta los unos con los otros y que nos hace sentir que pertenecemos.
Trascendemos, vamos más allá de nuestra limitada identidad y, superando
la separación, experimentamos el amor.
Ojalá
que siempre amáramos bien. Tendríamos la
misma vida que vivimos, no otra, pero celebraríamos las pequeñas alegrías de
cada día estimando los vínculos, apreciando profundamente a cualquier
persona. Las mismas actividades de un
día corriente pero con muchos momentos de asombro, ternura o sensibilidad. Ya sé que no es así, que otras emociones más
negativas, multitud de veces, toman el mando de nuestro corazón.
Ojalá
que nos fijáramos en cada persona de nuestra vida y le expresáramos toda la
estimación y el agradecimiento que le tenemos.
Y que ese sentimiento evocara un amor cada vez más profundo.
Si
supiera utilizar mejor las palabras hablaría de lo más hondo, incluso podría
demostrar que orar es amar. Explicaría que no importa creer o no creer, que las
diversas tradiciones religiosas, en realidad, nos muestran el camino del amor
como camino hacia Dios, pero también nos hablan de que Dios, que está en el
fondo más íntimo, es el camino para el amor profundo y permanente.
También
daría gracias por la vida, por los árboles, por el sueño azul e infinito del
cielo, por los pájaros, por lo que es natural y espontáneo y por el esfuerzo
humano, que no dejará de querer conocer. Y por ÉL, el Cristo, porque con nadie,
que no sea él, se puede acceder al abismo del dolor humano.
Si tuviera
palabras contundentes diría que todo lo que nos aleja de la intimidad, nos
aleja del amor, y sin él, perdemos el anclaje en nuestro propio ser. Y nos perdemos.
Mercedes Nasarre Ramón.
Psiquiatra.