Siempre nos fascinan las
historias de dolor y de amor. Quizás, “porque todos somos fuente de dolor, de
abandono o de injusticia, para los demás o para nosotros. Grandes crímenes o pequeños dolores, da lo
mismo. Todos nos ocasionamos muchas o
pocas veces, el dolor”.
Esta es una novela que escudriña el corazón hasta
analizar profundamente la lógica de una depresión y de una regeneración. El lector se encontrará en las primeras
páginas con la mente confusa y sin dirección de Rebeca, la protagonista. En el primer encuentro con el Doctor Lisieux
se opera el contacto y puede empezar el cambio.
Con una narrativa intensa e
íntima, la autora nos sumerge en lo más hondo de la persona, en ese terreno que
es el verdadero lugar de la libertad. “Porque pertenecemos al alma de una época,
de un territorio, de una generación.
Somos miembros del alma familiar, a veces de la tragedia familiar”. Pero ahí, en la soledad última, donde se
encuentra lo auténtico y lo amoroso, siempre es posible la transformación.
Hay varios motivos por los que
he escrito este libro.
Primero, porque quiero continuar con la idea de
trasmitir esperanza que inicié en el anterior “Un psiquiatra se pone a rezar”.
(Los referentes son los mismos: el Hermano Albert y el Dr. Liseaux).
Segundo, porque me gusta mostrar
que en lo íntimo, pase lo que pase, siempre es posible la transformación.
Y tercero, porque quiero contar
historias que lleven a lo profundo, que den luz. Contarlas desde lo que yo sé, desde mi propia
experiencia.
Esta es una novela psicológica, escrita como un monólogo íntimo.
Los primeros capítulos dejan
entrever el drama y la falta de dirección de la mente cuando se ha entrado en
una depresión. Ruego a los lectores que
sigan leyendo.
En las depresiones graves (las
hay también leves y moderadas), la persona ha abandonado su voluntad. Todo se ha hundido, lo afectivo, lo
cognitivo, lo físico… Muchos son los
caminos que llevan a la depresión. Hoy
en día, este trastorno es cada vez más frecuente. Resulta complicado explicar y éste no es el
medio para hacerlo, por qué estos estados se han incrementado en nuestra
sociedad y se dan en cualquier edad.
Ojalá entendamos el aumento de
estos trastornos como una interpelación a nuestra manera de vivir. Podríamos ver entonces la depresión como un
grito de protesta para reflexionar sobre los pilares en los que se construye la
vida humana.
De la depresión se puede salir y
entonces se puede comprender que el mundo es algo más que lo superficial.
La vida tiene en sí misma la
capacidad de transformarnos, pero muchas veces no estamos abiertos,
permanecemos bloqueados en nuestro propio yo, inmersos en nuestra maraña
psíquica. Los seres humanos tenemos muchas capas cubriendo el fondo de nuestro
corazón. Debajo de lo que nos ocurre
está todo el daño que hemos recibido y más íntimamente, está nuestra reacción,
el lado más oscuro, nuestro mal interior.
Estoy convencida de que las heridas del vivir nos obligan a seguir
trabajándonos para seguir madurando, porque todo es un itinerario hacia la
profundidad. Es más, sólo desde la
fragilidad podemos conectar con lo más auténtico y amoroso de nosotros mismos y
de esa forma, nos volvemos más humanos, sensibles y compasivos.
Quiero recordar que en este
camino de vivir, siempre necesitamos estar acompañados en el dolor, de ahí el
título de esta novela.