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Galería de espejos. Antología de micro relatos (II)
CLUB DE LECTURA
Teníamos que leernos el libro durante ese mes. El autor y el título lo ignorábamos y la novela nos la habían entregado fotocopiada y encuadernada. No entendí a qué venía tanto secretismo. Además, el coordinador del club de lectura nos había anunciado que esta iba a ser la última lectura. Tampoco le encontré sentido, puesto que todos los participantes estábamos encantados, nos tomábamos muy en serio las reuniones y vivíamos intensamente cada libro que se nos proponía. El caso es que esta historia me atrapó enseguida. Básicamente, el argumento era simple: se citaba a un grupo de personas en una biblioteca y cada una de ellas acababa siendo asesinada. Recordaba haber leído algo parecido alguna vez. La diferencia es que en esta novela no había manera de averiguar quién era el culpable y porqué cometía los crímenes. Aún así, no abandoné la lectura de aquellos folios encuadernados.
Los personajes, descritos vagamente, me ofrecían un aire familiar. Su lenguaje y su comportamiento eran de lo más corriente. Me gustaba ese estilo tan natural. No usaba un lenguaje culto y elevado, pero tampoco el estilo rayaba en lo vulgar y chabacano. Los objetos, la casa, sus rincones, las vestimentas de los invitados a aquel lugar, todo tenía un aroma a conocido y un sabor identificable que conseguía que la historia se me hiciera absolutamente verosímil. Cuando terminé la novela lo más sorprendente fue descubrir que no se revelaba, ni siquiera al final, la identidad del criminal. Me moría de ganas porque llegara la fecha de nuestro encuentro literario para salir de dudas y compartir sensaciones con los otros socios del club.
Ahora me encuentro sentado en una de las sillas de la biblioteca. Cuando he salido de casa esta mañana he tenido un presentimiento y me he visto obligado a regresar para coger algo. Ya estamos todos en la biblioteca, con nuestras fotocopias encuadernadas y nuestros ojos inquietos, escrutándonos unos a otros. Me ha parecido ver un bulto bajo la chaqueta de una de nuestras lectoras más asiduas. ¿Por qué nadie se ha quitado el abrigo cuando ha entrado? ¿Por qué todavía no ha llegado el muchacho que lleva nuestro club de lectura en la comarca? Me he atrevido a hablar con el vecino pero me contesta con monosílabos y sospecho que desconfía de mí. El nerviosismo se puede paladear, masticar y hasta hacérsenos bola, como vulgarmente se dice. Me levantaría y huiría de este escenario de pesadilla. Sin embargo, me quedo en mi sitio. No quiero que se vea que debajo del abrigo guardo un cuchillo de cocina.
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