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viernes, 24 de enero de 2014

GALERÍA DE ESPEJOS. RELATO DE MARIANO DE MEER.

Galería de espejos. Antología de micro relatos



LA SAL

            Te has reído. No estoy tan mayor como para no darme cuenta de las cosas. Lo he visto con mis propios ojos. Te has reído y, aparte de que me he mordido la lengua para no señalarte lo vieja que te hace esa sonrisa, te he entregado el recipiente sin poder apartar la vista de él. Sin embargo, tú no has podido callarte. Esta vez no era otro de tus consejos. Simplemente, nunca te había devuelto un favor tan rápidamente. No tenías que haberte molestado, has dicho, mientras recogías el paquete de sal gorda que me habías ofrecido generosamente el día anterior, a la hora de la cena. Somos buenas vecinas pero ambas sabemos que cuando se cierra la puerta de nuestras casas comenzamos a despellejarnos mutuamente. Así ha sido siempre: una sonrisa, un piropo y un par de besos nada más encontrarnos; un rostro concentrado, unos ojos irritables y pensamientos vengativos en el mismo momento en el que nos despedimos hasta que nos volvamos a ver. Y eso no es difícil, porque vivimos puerta con puerta desde siempre.

            Te has reído pero yo me reiré más mañana, cuando no seas tú quien me llame para pedirme sal, cebollas, unos ajos o cualquier otra cosa porque ya no tendrás fuerzas para salir de casa. Y eso solamente será el principio. Después, y en este orden, según había leído yo en internet mientras elaboraba el preparado y lo extendía por el recipiente para la sal que te había pedido,  las náuseas, el vómito, la fiebre, las alucinaciones y la parálisis que acabaría interrumpiendo los movimientos de tu corazón. Alguna vez te había comentado lo poco saludable que había considerado siempre tu empeño por echarle sal a todo. Algún día ese hábito te acabará matando, había llegado a decirte. Mañana se confirmará que no me equivocaba. Las buenas vecinas procuran darse buenos consejos. No he podido evitar sonreír cuando he tenido este pensamiento delante del espejito del pasillo. Me he dado cuenta de lo vieja que me hace esta sonrisa y de que tú no has dicho nada hace un momento callándote un comentario que seguramente te morías por hacer.
            También me he dado cuenta, durante la cena, mientras aliñaba a mi gusto la ensalada, de que no recuerdo si he sido yo la que te he devuelto la sal o si ha sido al revés.

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