Estaba yo esta mañana zampando mis crustys en la hora del desayuno cuando una noticia me ha hecho tragar la leche por la traquea e inundar parcialmente mis pulmones. Repuesto ya del susto de ver la luz al final del túnel como le pasara al insigne presidente del mundo, George W. Bush, con una galleta mientras veía un partido de baseball, que por cierto, parece una tontería, pero anda que no se pasa mal...
Repuesto, digo, he escuchado la noticia y aún se me ha “torcido más el culo”, si se me permite la expresión, cuando he escuchado que un grupo de científicos acababan de publicar los resultados de sus investigaciones en la revista science. Para que el lector se haga una idea, el mundo científico se divide entre quien ha publicado un artículo en esa revista, y la chusma que no merece vivir.
Aclarado este punto, el grupo de investigación en cuestión, de la Universidad de Harvard, que por las películas norteamericanas sabemos de sobra que son gente muy lista y muy preparada que lo mismo te hacen un estudio de células madre revolucionario en todos los aspectos, que te hacen una tortilla de patatas sin que se les queme la cebolla, que también deben de tener una fórmula matemática para eso. Harvard es un pequeño pueblo con una universidad tremenda y sobre todo, con dinero a expuertas. Así que se pueden permitir el lujo de hacer estudios de todo tipo; “estudiad, estudiad, que luego ya veremos si sirve o no” les dicen al entrar el primer año.
Total que uno de estos grupos investigadores han descubierto una proteína de la sangre (investigada en ratones, que ni siquiera en Harvard les dejan investigar en humanos) es capaz de ralentizar el proceso de envejecimiento de los individuos entrados en años. Claro, esta noticia, anunciada a bombo y platillo como: la fuente de la eterna juventud o algo así, es más efectista que lo que he intentado explicar. Dejémonos de tonterías; ni sé qué es una proteína ni mucho menos pretendo saber como una proteína puede ralentizar el envejecimiento celular. Lo que si me ha chocado ha sido dónde han encontrado eso; en la sangre de individuos jóvenes (que indagando un poco he descubierto que tienen esa proteína por las nubes).
Y ahora viene lo bueno; y por eso casi me ahogo esta mañana. Digo yo que si esto llega a ser cierto, no sería tan descabellado aquello de: “tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz lleno con mi sangre, de la alianza nueva y ETERNA”.
Se termina; si conocemos su secreto ya no mola, no atrae; todos podemos llegar a ser, si no inmortales, al menos eternamente jóvenes. Ya muchos lo han intentado a lo largo de la Historia. Cleopatra se bañaba en leche de burra (erró en el líquido en el que sumergir su cuerpo).
Un poco más a delante, hacia el SXV, Elisabeth Bathory haría lo mismo que Cleopatra, aunque de una forma más cruel. La condesa, obsesionada como estaba por la juventud eterna, se dedicaba en sus ratos libre, que por cierto eran muchos, a secuestrar y asesinar a doncellas vírgenes (si, en la zona aumentaron los matrimonios por conveniencia en aquella época). La mujer se bañaba en sangre porque pensaba que el líquido templadito entraría por sus poros y rejuvenecería.
Desencaminada no iba la mujer, lo único que se pasó un pelo, y después de pasar a cuchillo a cerca de seiscientas doncellas, la gente empezó a sospechar y la acusaron de tener un pacto con el diablo, lo típico. La condenaron a muerte y la emparedaron en uno de los torreones de su propio castillo.
Y digo yo, ¿y si la desenterramos y descubrimos que conserva la piel fina y tersa como el primer día? No sé vosotros, pero yo al menos, me ahogaría con loscrustys del desayuno.
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