ERASMO RETORCIÉNDOSE EN SU TUMBA...
Todavía lo recuerdo como si hubiera sido hace un par de días, con su barba bien arreglada y su incipiente tripa, demostrando que se daba a la buena vida a pesar de que siempre nos dijera que su sueldo no era para tirar cohetes. Fue mi profesor en la Facultad de Ciencias Humanas de nuestra ciudad, y a la sazón, coordinador de los programas Erasmus por aquella época. Si, esos programas de intercambio que se han hecho tan famosos ésta semana atrás. Que si ahora no vamos a dar más dinero; que si ahora si, pero menos; que si yo no dije eso, pero mire usted...
Lo cierto es que no pude evitar recordarlo en cuanto empecé a escuchar las noticias al respecto. Noticias seguidas de manifestaciones por todas las capitales europeas de jóvenes estudiantes, no rogando, sino exigiendo, cuidado con la palabreja, exigiendo, la retribución correspondiente, así como la dimisión del ministro de Educación de turno.
“Tú, vete de Erasmus, que aprenderás un idioma, te aprobaremos aquí un curso entero y encima, si tienes suerte, follarás...”
Al principio era reacio, claro, yo estudiante toda la vida de inglés, como para irme a Francia así, a la aventura, sin saber decir ni siquiera un miserable bon jour. (Y es que debo advertir que desde mi facultad solamente había concierto con universidades del sur de Francia). Pero hubo algo en aquella frase, pronunciada a tiempo que, como se puede comprobar todavía hoy, se me grabó a fuego. No entraré en sentimentalismos baratos, probablemente a mis escasos 22 añitos, la promesa de mantener relaciones sexuales con alegres y desenfadadas galas se me hizo lo mejor que me podría ocurrir estando en la universidad. Pero además, si era cierto aquello de que me iban a aprobar un curso entero por la jeta...me iba a sacar los huesos de la carrera y encima iba a follar, ¿qué más podía pedir?
Así que, avispado lector, me marché, cual emigrante en época franquista, a cruzar la frontera en busca de nuevas aventuras y conocimientos. Hasta ese momento yo no tenía ni idea de qué era lo que me iba a encontrar. Para mi, estudiar en una universidad extranjera significaba adquirir esos conocimientos que por lo que fuera no podía en mi propio lugar de origen; inbuirme de la multicultralidad propia de la cultura francesa; del espíritu de mayo del 68, de la revolución, de los escritores y poetas que tantas páginas han inspirado...¡qué equivocado estaba!
Pasé uno de los mejores años de mi vida, eso es cierto; no puedo negarlo. Pero nada de lo que yo esperaba se cumplió. O casi nada. Estuve un curso escolar aprendiendo francés en la universidad, cuatro horas al día. Como empezaba de cero, me pusieron con los chinos; algunos de ellos ni siquiera estaban familiarizados con nuestro alfabeto y, claro, la progresión se me hacía lenta y demasiado sencilla para ser algo de nivel universitario. Estuve inscrito en una asignatura en la que debíamos representar una obra de teatro en español. Nunca la llegamos a representar. Y estuve inscrito en un curso de iniciación al guaraní (idioma que se habla en Paraguay y el norte de Argentina, procedente de los indios con el mismo nombre). Ni que decir tiene que no terminé el curso, ni me llegué a presentar a ningún examen. Mientras tanto, en mi universidad de referencia, mi matricula de ese año estaba compuesta por asignaturas tan variadas como “Historia del reino de Aragón” o “sociología de las poblaciones”, ésta última creo que me la convalidaron por el guaraní.
Ahorraré las historias que de todo esto se derivan; fiestas, anécdotas, borracheras, encuentros inolvidables y situaciones que solo nos parecen graciosas a quienes las presenciamos. Lo que si diré es que no me perdí una, y que si me senté en el escritorio de mi habitación fue únicamente para escribir postales de Navidad. ¿Estudiar? Pasé un año sin saber qué era eso.
Y ahora, siendo abogado del diablo, me digo a mi mismo que han tardado mucho en darse cuenta que el programa Erasmus, tal y como está estructurado, es una basura. No sirve para lo que debería servir. No me malinterpreten las malas lenguas, yo estoy a favor del intercambio estudiantil y del hecho que nuestros hijos estudien en el extranjero. Es más, yo impondría la obligatoriedad de cursar un año en el extranjero en cada uno de los ciclos de la educación. Pero claro está, revisando el programa. ¿Qué ahora se dan cuenta de que están tirando el dinero? No me extraña ni me sorprende. Antes deberían haberlo revisado. Y tirando piedras sobre mi propio tejado, algunos de nosotros hubiéramos podido aprovechar mejor la oportunidad que se nos brindaba, aunque a esa edad en lo único en lo que pensábamos era en las dos efes; fiesta y follar.
(Por supuesto debo advertir al alarmado lector que esto es solamente una experiencia personal, que seguramente variará considerablemente en función de la persona o personas a las que se les pregunte por su experiencia).
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